
El reclamo
de la peli –lo han exhibido los periódicos, supongo que también las teles- eran
las escenas eróticas, dice que de sexo explícito entre dos mujeres. Es cierto
que las había, y largas, pero a mí me han dejado completamente frío: no he
entendido el montaje de esas escenas, no había continuidad dramática en ellas, el nexo que unía los planos, más bien el amontonamiento que los unía, sin otro objeto que mostrar
cuerpos desnudos enlazados, curvas, perfiles y mejillas encendidas, nada de sudor. Y lo de sexo
explícito, había que imaginarlo y mi imaginación estaba roma.
En realidad,
la peli es como si fuese la exhibición de una suma de fotografías, como una colección
de Google+, donde el director les hubiese dicho a sus actrices que lo único que
debían hacer era posar. Y de hecho posan, sobre todo Adèle Exarchopoulos, que
acapara todos o casi todos los planos de principio a fin: una exhibición a
ratos obscena, no por pornográfica, que no lo es, sino por intrascendente,
porque nada exhibe más allá de la imagen de concepción publicitaria: Adèle contra la ventana de un bus con la boca abierta y un mechón de pelo tapándole la cara, Adèle
en la cama, una y otra vez, entregada al sueño con los labios rojos separados mostrando los
dientes, Adèle en el aula ajena a las lecturas con la boca abierta y un mechón
de pelo tapándole la cara, Adèle tendida en escorzo con la boca abierta y los
labios rojos, Adèle en cualquier lugar y a cualquier hora mostrando los labios
rojos y los dientes como aparece en ese cartel de más arriba, siempre igual:
boca abierta, labios rojos, dientes, mechón, pero nada que lo trasparente, como en las vallas publicitarias o en los carteles de los políticos, imágenes estáticas con sonrisa. Podría
concluir, El Pensador de Rodin representó un tiempo y un lugar: Europa en el inicio
de las vanguardias; Adèle, otro tiempo y otro lugar, cuando Europa se quedó
muda.
Durante una
buena parte, las escenas iniciales del Liceo, de profesores y
alumnos quinceañeros recitando a Marivaux o hablando en el patio de amor y sexo, y coqueteos propios de la edad del bachillerato, me han parecido mera preparación
a dichas escenas eróticas, material para predisponer al mirón que ha acudido al
cine. No he apreciado una trama dramática que explicase algo.
Después viene
el tramo largo de las escenas entre una lesbiana que se manifiesta como tal y
la bachiller de la que se recalca que es menor de edad, con interludios de
conversaciones entre ellas, sus dos familias y amigos, en un ambiente del mundillo
del arte, ese lugar común para este tipo de películas. Me han recordado las
sagas de Emmanuelle, donde ese tipo de charlas no tenían otra función que el
descanso y recuperación tras una escena fuerte y antes de volver a otra.
Hay una
tercera parte que expone la ruptura de las dos mujeres sin mayor explicación. Se
supone que han pasado los años, que la bachiller es ahora maestra de infantil,
pero lo sabemos porque se nos dice, no porque veamos los cambios. No sucede
nada ni en el desarrollo dramático, ni en la interpretación de las actrices que
la explique, sus rostros no trasparentan cambios, ni evolución que explique lo que
está sucediendo. Todo es primario, pero no como en ese género de cine de la
transparencia y la espontaneidad con el que podría compararse, porque ese cine
tiene mucho guión y trabajo de dirección e interpretación. Yo no he visto aquí nada
de eso. En esta peli se habla mucho, pero no se dice nada.
En suma, me
parece una peli que vive gracias a la polémica, una polémica sin motivo, una
peli para voyeurs sin más, porque por debajo de las imágenes no hay nada. Pocas veces me he aburrido tanto.
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