viernes, 8 de noviembre de 2013

La vie d’Adele

            Tienen que ser muy altas las expectativas para encerrarse en una sala de cine con la intención de ver una película que dura tres horas. Los críticos son unánimes y además ha recibido el premio más prestigioso, la palma de Cannes. Pues bien, no recuerdo haber mirado tantas veces el reloj. Una chica que tenía unos asientos más a la izquierda también miraba su móvil sin parar. ¿Por qué no me ha gustado La vie d’Adele?

            El reclamo de la peli –lo han exhibido los periódicos, supongo que también las teles- eran las escenas eróticas, dice que de sexo explícito entre dos mujeres. Es cierto que las había, y largas, pero a mí me han dejado completamente frío: no he entendido el montaje de esas escenas, no había continuidad dramática en ellas, el nexo que unía los planos, más bien el amontonamiento que los unía, sin otro objeto que mostrar cuerpos desnudos enlazados, curvas, perfiles y mejillas encendidas, nada de sudor. Y lo de sexo explícito, había que imaginarlo y mi imaginación estaba roma.
            En realidad, la peli es como si fuese la exhibición de una suma de fotografías, como una colección de Google+, donde el director les hubiese dicho a sus actrices que lo único que debían hacer era posar. Y de hecho posan, sobre todo Adèle Exarchopoulos, que acapara todos o casi todos los planos de principio a fin: una exhibición a ratos obscena, no por pornográfica, que no lo es, sino por intrascendente, porque nada exhibe más allá de la imagen de concepción publicitaria: Adèle contra la ventana de un bus con la boca abierta y un mechón de pelo tapándole la cara, Adèle en la cama, una y otra vez, entregada al sueño con los labios rojos separados mostrando los dientes, Adèle en el aula ajena a las lecturas con la boca abierta y un mechón de pelo tapándole la cara, Adèle tendida en escorzo con la boca abierta y los labios rojos, Adèle en cualquier lugar y a cualquier hora mostrando los labios rojos y los dientes como aparece en ese cartel de más arriba, siempre igual: boca abierta, labios rojos, dientes, mechón, pero nada que lo trasparente, como en las vallas publicitarias o en los carteles de los políticos, imágenes estáticas con sonrisa. Podría concluir, El Pensador de Rodin representó un tiempo y un lugar: Europa en el inicio de las vanguardias; Adèle, otro tiempo y otro lugar, cuando Europa se quedó muda.

            Durante una buena parte, las escenas iniciales del Liceo, de profesores y alumnos quinceañeros recitando a Marivaux o hablando en el patio de amor y sexo, y coqueteos propios de la edad del bachillerato, me han parecido mera preparación a dichas escenas eróticas, material para predisponer al mirón que ha acudido al cine. No he apreciado una trama dramática que explicase algo.
            Después viene el tramo largo de las escenas entre una lesbiana que se manifiesta como tal y la bachiller de la que se recalca que es menor de edad, con interludios de conversaciones entre ellas, sus dos familias y amigos, en un ambiente del mundillo del arte, ese lugar común para este tipo de películas. Me han recordado las sagas de Emmanuelle, donde ese tipo de charlas no tenían otra función que el descanso y recuperación tras una escena fuerte y antes de volver a otra. 
            Hay una tercera parte que expone la ruptura de las dos mujeres sin mayor explicación. Se supone que han pasado los años, que la bachiller es ahora maestra de infantil, pero lo sabemos porque se nos dice, no porque veamos los cambios. No sucede nada ni en el desarrollo dramático, ni en la interpretación de las actrices que la explique, sus rostros no trasparentan cambios, ni evolución que explique lo que está sucediendo. Todo es primario, pero no como en ese género de cine de la transparencia y la espontaneidad con el que podría compararse, porque ese cine tiene mucho guión y trabajo de dirección e interpretación. Yo no he visto aquí nada de eso. En esta peli se habla mucho, pero no se dice nada.

            En suma, me parece una peli que vive gracias a la polémica, una polémica sin motivo, una peli para voyeurs sin más, porque por debajo de las imágenes no hay nada. Pocas veces me he aburrido tanto.

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