lunes, 21 de octubre de 2013

Tercera llamada, en la Seminci

            ¿Qué trata de conseguir Isa, la directora que quiere representar de nuevo la obra de Albert Camus, Calígula, cuando con todo preparado para el estreno en un festival internacional: el decorado, con un fondo que se refiere al fascismo italiano, los actores aleccionados, el vestuario confeccionado, la producción con el dinero gastado, decide que la versión no le gusta y quiere empezar de nuevo? Nadie entiende la lógica de lo que se propone, como nadie entendió al emperador  romano cuando volvió de su retiro, tras la muerte de Drusila, su hermana y amante. De ser una mujer comprensible y amable, como juvenil e inocente era el emperador romano, se convierte en una tirana, expulsa al actor principal y al encargado de los decorados, se enfrenta con los actores y los productores, da órdenes contradictorias a quien se le ocurre que, ahora, represente a Calígula, una joven mujer, que está pasando un mal momento con su madre actriz que ya va por el tercer intento de suicidio. ¿Qué clase de perfección quiere conseguir, que nadie comprende?

            Esa especie de locura de Isa, la directora, en paralelo a la locura de Calígula que busca una imposible libertad y felicidad personal a costa de los demás, trastocando el orden y las leyes, matando y robando a quienes viven junto a él, hace que el montaje se convierta en una locura, porque la lógica implacable de la directora que busca la esencia de la obra, una perfección que nadie entiende, hace que los actores se recriminen y se peleen a puñetazos, dispuestos a sublevarse y boicotear la obra, hasta el momento mismo en que se levanta el telón. “El poder brinda una oportunidad a lo imposible. A partir de hoy y en lo sucesivo, mi libertad dejará de tener límites”, dice el Calígula de Camus. En lo que difieren ambas, la obra de Camus y la peli de Francisco Franco es que en la primera, Calígula muere apuñalado por sus hombre cumpliendo el adagio que el había pronunciado al comienzo de la obra: “Los hombres mueren y no son felices”, en cambio, tras el desorden al que asistimos en el montaje de la obra de teatro, la peli acaba levantando el telón del éxito que buscaba Isa.

            Todo eso está contado con un puñado de muy buenos actores, entre ellos, Silvia Pinal y Fernando Luján, con un decorado abigarrado que conviene al desorden de los ensayos, un guión bien trenzado que combina momentos dramáticos y cómicos y un montaje donde el director de la peli, Francisco Franco, da lo mejor de sí. La peli se ve en un plis plas, entre sonrisas, por los guiños constantes al espectador, y lágrimas en la escena final, sin que la atención se pierda en ningún momento.

            Mientras veía la peli, pensaba en el momento creativo que vive México, con tantos buenos directores de cine y escritores, con tantas buenas revistas, aunque desconozco su teatro. Me recuerda al ambiente en España justo después de la muerte de Franco, con aquellos grupos teatrales tan creativos: Els Juglars, El Teatro Universitario… ¡Qué envidia!

            Por último esta frase que aparece en el Calígula de Camus: “Gobernar y robar son una misma cosa. Esto es del dominio público”.

No hay comentarios: