He aquí un
ejemplo de cómo tras la autoproclamada claridad sólo hay confusión. Todos
queremos justicia, igualdad, fraternidad, que se aminoren las diferencias
sociales, que se mantenga el Estado de bienestar, y dos huevos duros. Pero hay
algo previo. El marco político y jurídico que lo permita. De eso va la actual
discusión -de la que el articulista quiere escaquearse-, cómo se garantizan los derechos, con qué Estado, si uno en el que se
habla, al menos retóricamente, de partidos y diferencias de clase o en otro en el que todo
gira en torno a la cuestión nacional.
Así ha
contribuido a oscurecer y confundir la izquierda y el dizque pensamiento de
izquierda, que por miedo a ofender al nacionalismo ha dejado desamparados a los
ciudadanos, sujetos de derechos individuales: a una casa, a un trabajo, a la
educación, a la salud, a expresarse en su propia lengua. Con su monumental
confusión respecto a quién es el sujeto de derechos: no los trabajadores
individuales –ciudadanos- sino la clase obrera, han pasado fácilmente de la
clase y sus derechos a la nación y los suyos.
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