La física ha vivido unas décadas
extraordinarias hasta cambiar radicalmente nuestra concepción del universo. Los
cosmólogos han sido capaces de medir la edad del universo con una precisión tal
como para afirmar que es de 13,72
miles de millones de años. Lo han podido calcular con
diversos procedimientos, pero lo curioso es que en un futuro lejano, pongamos
dentro de 2 billones de años, un cosmólogo no lo podrá calcular porque nuestro
horizonte de galaxias habrá desaparecido para él, el universo se habrá
expandido tanto que será invisible para sus ojos, no verá ningún desplazamiento
al rojo en el espectro, tampoco podrá saber de su origen porque los indicios –la
radiación de fondo de microondas- también habrán desaparecido.
Entre las muchas cosas que me han
dejado perplejo en el libro de Lawrence M. Krauss la más sorprendente es la
afirmación de que la física en una ciencia medioambiental, es decir, sirve para
el universo antrópico que conocemos, un universo en el que hay galaxias,
estrellas, planetas y vida y que, por tanto, las leyes de la física que
creíamos generales e inmutables valen únicamente para este universo que
conocemos. Nuestro universo es una singularidad, una singularidad que puede
repetirse hasta el infinito, pero que lo más común es un espacio vacío e
inconmensurable. En él pueden aparecer universos microscópicos y macroscópicos.
Vivimos en un universo plano que sigue expandiéndose y aplanándose hasta
devenir en nada, la nada de donde surgió. Pero cómo surgió, cómo es que hay
algo en lugar de nada, porque según la mecánica cuántica la nada es inestable,
las partículas y antipartículas aparecen y desaparecen, y de esas fluctuaciones
cuánticas surgió el Big Bang, el espacio y el tiempo y luego el llamado periodo
inflacionario, cuando el universo en una fracción de segundo creció en 28 órdenes
de magnitud, cuando se creo la materia, las galaxias, las estrellas, los
planetas, la vida.
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