jueves, 11 de abril de 2013

Carmen


       Habíamos compartido un largo fin de semana en la Ribeira Sacra, en noviembre, con lluvia para comenzar y sol para acabar. Recorrimos muchos kilómetros en coche, contemplamos los viñedos coloreados por el otoño, los cañones del Sil, bajamos por la larga pasarela de madera hacia el río Mao, corrimos a guarecernos en los viejos monasterios escapando de la lluvia pertinaz, nos alojamos en un pazo grande y húmedo. Fue el último viaje. Ya no volveremos a planear nada juntos. No iremos a Perú, ni me enseñará lo que vio de México. No habrá más puentes para hacer una ruta en algún lugar de la península.

       Nos conocimos en un viaje a Rumanía, en el que hicimos muchos amigos, especialmente JJ. Hemos seguido compartiendo viajes, fuera de España y en el interior. Nos hemos visto en Barcelona y en Madrid y en Murcia. La última prevista fue una visita truncada. El puente de San José. Íbamos a visitar pueblos de Valladolid, lo teníamos más o menos programado, yo le había propuesto lechazo y cochinillo para terminar las rutas, pero me advirtió que andaba algo delicada del estómago. El mismo viernes que tenía que llegar me avisó de que anulaba el viaje, que tenía molestias importantes. Al día siguiente la ingresaron en el hospital. El diagnóstico fue el peor. La operación imposible. No ha salido del hospital hasta hoy mismo. Carmen ha muerto. No ha llegado al mes.

        Hay personas que no existen por sí mismas, son un recipiente para uso de los demás, de la familia, de los amigos. No conciben la vida sino como entrega y servicio. No están completas si no están ayudando o atendiendo a alguien. La vida propia sin más es una carencia. Supongo que eso tiene un coste, un desgaste que se acaba pagando. Aunque todo esto no deja de ser una conjetura. La naturaleza nos tiene reservadas sorpresas a cada uno de nosotros, no todas son agradables. La principal de todas la muerte. Nos cuesta, me cuesta pronunciar esa palabra, casi siempre he intentado ladearla, esquivarla, he rodeado su maligna atracción con otras palabras, pero esta vez no puedo. Está ahí y se presenta con toda su fuerza destructora sin atender a razones.

        Ya no hay más Carmen. Tengo su teléfono por el que he sabido lo último de ella, aunque ella no podía hablar ni escribir. Sigue estando en mi agenda, pero ya no lo podré utilizar, a no ser que quiera llamar al vacío. Tengo su correo con el que planificábamos las rutas, por el que nos enviábamos las fotos. También es una ventana cerrada a cal y canto. Ya nadie atiende por su nombre, ya no tiene oído, nunca más escucharé su timbre. Si en algún lugar queda algún eco, pronto se desvanecerá para siempre. Para siempre, qué horrible expresión. Quedan las fotos, lo que escribió, su imagen en algún circuito del cerebro. También eso se irá borrando y llegará el día en que nadie sabrá que existió Carmen.


1 comentario:

La mirada de Camy dijo...

Muchas gracias por las palabras que ha escrito sobre mi tía. No habíamos podido leerlas hasta hoy. Ella ha dejado una huella imborrable en todos aquellos que la conocieron. Un abrazo de parte de toda la familia.