domingo, 24 de marzo de 2013

Goethe se muere



            Para quien antes haya leído a Thomas Bernhard poco puede aportarle este nuevo Goethe se muere, sólo para quien se acerque a él por vez primera puede sorprenderle ese estilo tan peculiar, lleno de repeticiones y de burlas, de ironías y a veces de crudos sarcasmos sobre objetivos que pueden llamarle la atención. El libro recoge cuatro historias o relatos, no sé cómo calificarlos, de escritos, con ese estilo inconfundible, en los que vuelve sobre sus nueras de siempre: Austria, la familia y la gran cultura, a las que añade alguna nueva como Noruega y los noruegos. En cada uno el objeto burlado vuelve como un ritornelo que a fuerza de repetir la misma palabra o la misma frase termina por perder el sentido original y aparecer como ridículo.

            En el primero, titulado precisamente Goethe se muere, asistimos a un anacronismo burlesco, el deseo por parte del gran autor alemán de encontrarse, en su lecho de muerte, con el joven y célebre Wittgenstein, para lo que envía a Oxford, o quizá a Cambridge, a un discípulo con una invitación a Weimar. Es un ensortijado cuento que refiere, pues, los últimos días de la vida del genio alemán, en el que Thomas Bernard le hace decir al propio Goethe: “al parecer que él, al haberse hecho tan grande como era ahora, había aniquilado por completo todo lo que había junto a él y en torno a él. En realidad, no había levantado a Alemania sino que él la había aniquilado”. Por eso se empeña en que un discípulo suyo vaya a Oxford o a Cambridge para convencer a Wittgenstein de que venga a verlo a Weimar, porque sólo el genio austriaco está a la altura del genio alemán. El discípulo enviado es un actor del Teatro Nacional, Kraüther. Remata la historia Thomas Bernhard asegurando que las últimas palabras de Goethe habrían sido: Mehr nicht! (Más nada) y no Mehr Licht! (Más luz) como se viene asegurando.

            Nuestros padres con su megalomanía procreadora, nos han hecho y parido y nos han echado a este mundo, más horrible y repulsivo y mortal que agradable y útil: no bebas esa agua, no leas ese libro. “Nunca he tenido un padre y nunca una madre, pero he tenido siempre a mi Montaigne”, escribe Thomas Bernhard en su segundo relato, si es que es tal el que titula, Montaigne, un relato. “Si vas al pozo te daremos una paliza de muerte, me dijeron cuando tenía cuatro a cinco años. Si entras en la biblioteca ya verás, me decían, queriendo decir nada menos que me darían una paliza de muerte”. Todo el asunto va de la pelea que se trae con su familia, padres y hermanos. Es difícil saber si la cosa va en serio o es una broma desagradable.

            En Recuento es otra vez la familia el objeto del sarcasmo o de la ridiculización. “Las casas de los padres son siempre prisiones y son muy pocos los que pueden escapar –no escapa el 80 %, asegura el narrador-, masacrados, destruidos, muertos en esas prisiones”. El padre busca para los hijos y para la familia toda la tranquilidad en la montaña, siempre quiere, obliga a ir a la montaña para encontrar la tranquilidad, pero, en realidad, “Los padres hacen hijos y procuran por todos los medios aniquilarlos”. “Nuestros padres nos aniquilaron al reprocharnos continuamente que éramos culpables de su intranquilidad”. “Nuestros padres nos hicieron con el único objeto de poder descargar así su culpa sobre nosotros”. En este como en el relato anterior la palabra que asocia a la familia, repetida hasta la extenuación del lector, es “aniquilación”.

            En Ardía, Relato de viaje para un amigo de otro tiempo, el narrador le dice a su amigo/enemigo: “Me negué la capacidad de comunicar y esa capacidad se extinguió de repente. Entre dentro de mí y no volví a salir”. Es aquí donde el narrador, huyendo por Europa: “desde hace años huyo de Austria a alguna región mejor que Austria”, achaca a Noruega un gusto execrable, de ser un país antifilosófico. También asegura que “desde hace años evito todo libro de contenido universitario, toda literatura, toda lectura”. Al igual que Noruega otros lugares le resultan desagradables: India, mal, América Latina, de moda, el lugar donde van a prestar ayuda social y socialista toda esa gente imbuida de moral cristianosocial. “La Iglesia católica es la envenenadora del mundo”. En el relato tiene un sueño donde sueña con Austria, en concreto con Salzburgo, quintaesencia de Austria, a la que sueña ardiendo: “He soñado con Austria con tal intensidad porque he huido de ella, de Austria, como el país más odioso y más ridículo del mundo”.

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