La primavera se muestra indecisa ante los rigores pasados y
la imprevisión de la semana entrante. Hay pájaros breves y árboles
atemorizados, pero la vida es intensa e imparable, se nota el ambiente preñado,
listo para despegar.
Como la economía. Hemos tenido crisis peores, en las que no
había tiempo siquiera para pensar en cómo salir del espanto. Y sin embargo. Y
vendrán otras que harán pequeña a la que estamos viviendo. La humanidad es un
continuo desbocarse hacia arriba con algunos baches.
El barrio por el que hoy me muevo, Parquesol. Qué pelea tiene la ciudad con los
nombres, aquí, donde algunos sostienen que se habla el mejor castellano. Los
nombres y lo que significan: el de la clase media, Parquesol; el del aluvión migratorio, Delicias; el de mayor población gitana, Pajarillos; el obrero, la Rondilla o la Victoria ; el indefinido, La Rubia ; el de la clase obrera
realzada, Covaresa. O ese largo paseo, que no lo es, de intenso tráfico y acera tan ancha como indefinida, el Zorrilla.
Bordeo el barrio de la clase media y voy a parar al arrabal.
El gran mercadillo alrededor del Estadio. A un euro, todo a un euro. Furgonetas
y puestos, y el hormiguero humano. Es un día soleado, pero algo turbio, como si
la luz vibrara indecisa.
No sé si es día de partido, pero en el arrabal se levanta
este medio sueño con el que la gente, no se si decir pueblo, de la ciudad se
medio ilusiona con el equipo en medio de la tabla, lejos de la gloria, pero a
muchos pasos del abismo.
No muy lejos, el lustre de la música, en ese edificio
diseñado por Moneo que no señorea sobre el pueblo del todo a un euro, rodeado
de jardines a los que tanto cuesta aclimatarse, que prefiere la horizontalidad
al desafío, como podría haber sido en otra época, en esta ciudad. También aquí
manda la clase media.
Esta mañana, sólo me quedo con esta reflexión: Las universidades, un síntoma.
"A veces, sí. Pero lo normal es que sean poderosos obstáculosal cambio. Los académicos suelen ser muy revolucionarios con respecto a la sociedad en la que viven y muy conservadores con respecto a la organización que los emplea. Abogan por el cambio afuera y luchan aguerridamente por impedir que, por ejemplo, haya más competencia entre ellos o sus instituciones. En muchos países, los profesores que alcanzan cierto estatus obtienen garantías laborales que los adormecen —y que no se dejan quitar. Y basta acudir a muchas facultades públicas en América Latina o Europa para descubrir que, salvo excepciones, no son centros donde se premia la excelencia, sino lugares donde los profesores aburren a los estudiantes con el mismo curso a lo largo de los años. O que algunos departamentos son solo nostálgicos cementerios de ideologías fracasadas".
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