sábado, 23 de febrero de 2013

El quinteto de Schumann


Antes 

            A duras penas aguanto un cuarteto, un quinteto o una sonata escuchada en casa, a solas en mi habitación. He de poner la música cuando estoy tendido en la cama esperando que me venza la lasitud de la siesta para que los cuatro movimientos lleguen a su fin. Me gusta oír los fragmentos que conozco, los temas que se van alternando, pero pronto mi mente desconecta y se va hacia lugares que no había previsto o me llega definitivamente el sueño. Algo parecido me pasa con el arte, no he adquirido la costumbre de estudiar las obras maestras delante de un libro de grandes láminas. ¡Y en su momento los coleccioné como he coleccionado otros objetos que he creído de valor! Me ha aburrido mirar las pinturas de Goya o los paisajes de Monet en los libros, salvo cuando lo tuve que hacer por obligación, y no digamos catedrales o palacios, berninis o rodins. Sin embargo, la emoción fácilmente me embarga si escucho un concierto en una sala de música o miro una gran obra en una exposición. Quizá sea la empatía con la gente que me rodea y hace lo mismo que yo, quizá sea la voluntad determinada a ir a un lugar donde se la conduce para disfrutar. Podría decir que el arte da lo que se va a buscar. Hay otro aspecto que considero importante. Tengo la impresión, si estoy en casa escuchando música, o mirando fotografías de obras únicas, incluso viendo una película, de estar perdiendo el tiempo, cosa que no me ocurre cuando leo; leer ya implica ese movimiento. Para apreciar una obra ha de producirse un movimiento del espíritu que arrastre al cuerpo, salir del estado de pasividad, ponerse en movimiento para ir al encuentro de la emoción que procura el arte.


 Durante

            Cuarteto de cuerda en La menor, op. 51 de Brahms; Quinteto en Mi bemol mayor, op. 44 de Schumann. Por Cuarteto Quiroga y Javier Perianes.

perianescalendario
Después

            Me han abandonado las emociones de anoche, aunque perduran los temas del quinteto de Schumann que dan vueltas por mi cabeza. Es difícil escribir de música sin sentir una especie de traición a los sentimientos vividos, sin sentir que se hace pantomima. Sí puedo hablar de lo que sentí anoche y de lo que siento ahora. Del frío cuarteto de Brahms, el opus 51, que, aunque le recorrían temas románticos no fue capaz de atraer por completo mi atención, sólo a ratos y esforzadamente. Tampoco los músicos fueron más allá de su habilidad técnica. Mal síntoma es que pudiese pensar en el escaso público en la sala debido a la subida del precio, en la bajada de calidad del ciclo. El quinteto de Schumann fue distinto, sobre todo en el segundo movimiento, ya con la lenta marcha inicial, quizá un poco más lenta de lo habitual que les exigía gran coordinación. Entonces, ahí, tuve la impresión de que el Cuarteto Quiroga y Perianes me invitaban a la ceremonia que se estaba celebrando, cómo de la lentitud deliberada cogían el ritmo y vivían la emoción de la música que traspasaban al público que les escuchaba.  Y, desatados, llegaban al allegro final quizá algo acelerados, cuando la emoción pedía que aquello no se acabase, como sucede cuando sentimos vivamente una emoción auténtica. Y el público les aplaudía a rabiar para que continuasen y el momento no se acabase y aunque ofrecieron una propina Shostakovich la aceleración del pulso no consiguió que el momento Schumann perdurase. La emoción del arte como cualquier emoción es frágil y poco duradera y hay que conformarse, porque en ello estriba su esencia.

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