
Asentada la
larga paz romana gracias a Octavio, aparecen en escena los personajes de su
familia, su hermana Octavia, la fría Livia, obsesionada con traspasar el poder
a su adorado hijo Tiberio; su única hija, Julia, a la que obliga a casar por
razones de estado primero con Marcelo, que debía ser el heredero, hijo de la
hermana del emperador, con Agripa, después, que podía pasar por su padre, y con
el odioso Tiberio más tarde; la
Julia que descubre en un viaje a Oriente las mieles del poder
cuando la tratan como si fuese una diosa, Afrodita rediviva, y puede entregarse
a una vida golosa a su vuelta a Roma, convirtiendo a los hombres en esclavos de
su placer; la Julia
que, tarde, encuentra su amor en Julio Antonio, hijo de Marco Antonio, y él mismo conspirador contra Tiberio y Augusto, lo que le valdrá a Julio el suicidio
inducido, como acostumbraban los romanos cuando caían en desgracia, y a Julia la
humillación de verse acusada, por su propio padre, ante el senado, de ser una adúltera.
Y aparecen los
poetas reunidos en la corte gracias al amigo Mecenas: Horacio y Virgilio entre
los mayores, Ovidio entre los jóvenes; y los eruditos que trabaron contacto con
el emperador y se cartearon con él: Tito Livio, Nicolás de Damasco o Estrabón,
con la coda, en forma de carta, del joven médico que atendió en el ultimo suspiro
al Emperador, a Séneca, que pone sus esperanzas en el joven Nerón tras los
desastrosos imperios de Tiberio, Calígula y Claudio. Todo eso con asesinatos y
suicidios programados, traiciones y espionajes, chantajes y conspiraciones, matrimonios
de estado y amistades truncadas.
La novela
está dividida en tres partes. En la primera se cuenta el asesinato de César y
la subida al poder de Octavio y su conversión en el primer Emperador. En la
segunda, la vida familiar y los cambios que trae la
Pax Augusta , en torno a las
figuras de Julia y de Livia. La tercera es una larga carta de Augusto a su
amigo Nicolás de Damasco, que adopta la forma de una oración fúnebre que el
emperador se dedica a sí mismo, haciendo balance de su vida.
Así lo
cuenta John William, el mismo autor de una gran novela como es Stoner, que
como narrador desaparece tras las voces de quienes hace mucho tiempo protagonizaron
uno de los momentos más importantes de la historia, con un discurso de tono oficial,
serio, a veces frío, en la primera de las partes, y más íntimo y sentimental en
la segunda y tercera. Por esta obra, August en la edición en catalán de
Edicions 62, que es la que yo he leído, El hijo de César en la edición
castellana de Ed. Pámies y Augustus en el original, a Williams se le
concedió el National Book Award.
El
traductor catalán sabe mantener el ritmo pausado y constante que remite a los
textos clásicos y que tan agradable hace la lectura, pero comete, a mi juicio,
el fallo imperdonable, como tantos traductores catalanes, de salpicar el texto
con vulgarismos tales como: “figues d’un altre paner”; “un fred que pelava”; “els
sacerdots van fer sacrificis i tota la pesca”; “pa sucat amb oli”.
He
disfrutado mucho con esta obra de John Williams tanto o más como antes lo hice
con Stoner.
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