Hay quien se sorprende de la adscripción
emocional de intelectuales -catedráticos, artistas, profesionales, laureados- a
teorías, ideologías, iglesias que a los demás nos resultan irracionales,
desfasadas o directamente repugnantes. Pues no debería extrañarles tanto, al
fin quien ha elaborado esos constructos intelectuales han sido intelectuales como
ellos o ellos mismos si han tenido ocasión y tiempo u obtenido subvención y gloria por
ello. Como es patética la protesta de esos intelectuales que siguen creyendo
en su antigua y sagrada función de creadores de opinión cuando ven que no se les
atiende, que incluso se les toma a rechifla.
La vida
mental del hombre está plagada de ideas buenas y malas, de construcciones explicativas
de la realidad útiles y desfasadas, de puntos de vista que durante algún tiempo
fueron útiles, pero han quedado desfasados o son dañinos. Esas ideas
penetran en la infancia o en la juventud a través de instituciones que combinan
la enseñanza con el afecto, la regla con la sangre, quedan agarradas en la
mente y son muy difíciles de desarraigar, sobre todo si medran en un huerto
social bien regado como planta predominante. No sirven la argumentación
racional ni la refutación empírica. El trabajo de demolición es lento, solo una
combinación de datos, constancia y una caída del caballo inesperada pueden
acabar con las ideas erróneas asumidas sin comprobación. Tratar de argumentar
con alguien absorbido por la ideología es una pasión inútil. Quizá lo único que
se pueda hacer es llevar al absurdo las consecuencias de sus ideas, como hace
UPyD en su video sobre el nacionalismo catalán, por ejemplo.
La historia
mental de la humanidad es la sucesión de ideas erróneas bien arraigadas que
perduran durante siglos, que tienen una cierta utilidad social y en cuyo nombre
se cometen crímenes espantosos. Las primeras civilizaciones se sustentaron en
la esclavitud de la mayor parte de la población. Los beneficios de la
civilización no podían abarcar a todo el mundo, así que había que restringirlos
convirtiéndolos en privilegios. Una de ellas fundó la democracia, pero sus filósofos
teorizaron sobre la bondad de la esclavitud. Incluso uno de los teóricos de la democracia moderna, de la constitución y de los derechos tenía esclavos en sus
plantaciones.
En general,
la humanidad ha ido afinando sus teorías sobre el mundo y sobre la sociedad y,
salvo en los siglos centrales de la edad media, las nuevas ideologías han sido
mejores que aquellas a las que sucedían. Quizá la actual crisis tenga que ver
con el creciente desfase entre los constructos intelectuales –liberalismo, socialdemocracia,
capitalismo- que han sustentado nuestro bienestar material y moral y la
exigencia de su aplicación universal. ¿Es exportable el modelo de vida europeo
a la masiva población asiática y africana manteniendo los estándares de
bienestar? ¿No hay un paralelismo entre nuestro mundo y el griego y el romano?
Qué duda
cabe que el nacionalismo fue liberador en el siglo XIX, pero fue atroz en el XX
y cuando se ha afirmado en el XXI ha dejado su huella de discriminación y
sangre. Pero del mismo modo que es indefendible en la actualidad porque su
fundamento es la desigualdad, aunque sus líderes digan lo contrario asumiendo las tácticas de Goebbels, no se puede combatirlo con ideas o hechos del pasado.


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