domingo, 11 de noviembre de 2012

Ideas podridas



           Hay quien se sorprende de la adscripción emocional de intelectuales -catedráticos, artistas, profesionales, laureados- a teorías, ideologías, iglesias que a los demás nos resultan irracionales, desfasadas o directamente repugnantes. Pues no debería extrañarles tanto, al fin quien ha elaborado esos constructos intelectuales han sido intelectuales como ellos o ellos mismos si han tenido ocasión y tiempo u obtenido subvención y gloria por ello. Como es patética la protesta de esos intelectuales que siguen creyendo en su antigua y sagrada función de creadores de opinión cuando ven que no se les atiende, que incluso se les toma a rechifla.

            La vida mental del hombre está plagada de ideas buenas y malas, de construcciones explicativas de la realidad útiles y desfasadas, de puntos de vista que durante algún tiempo fueron útiles, pero han quedado desfasados o son dañinos. Esas ideas penetran en la infancia o en la juventud a través de instituciones que combinan la enseñanza con el afecto, la regla con la sangre, quedan agarradas en la mente y son muy difíciles de desarraigar, sobre todo si medran en un huerto social bien regado como planta predominante. No sirven la argumentación racional ni la refutación empírica. El trabajo de demolición es lento, solo una combinación de datos, constancia y una caída del caballo inesperada pueden acabar con las ideas erróneas asumidas sin comprobación. Tratar de argumentar con alguien absorbido por la ideología es una pasión inútil. Quizá lo único que se pueda hacer es llevar al absurdo las consecuencias de sus ideas, como hace UPyD en su video sobre el nacionalismo catalán, por ejemplo.

            La historia mental de la humanidad es la sucesión de ideas erróneas bien arraigadas que perduran durante siglos, que tienen una cierta utilidad social y en cuyo nombre se cometen crímenes espantosos. Las primeras civilizaciones se sustentaron en la esclavitud de la mayor parte de la población. Los beneficios de la civilización no podían abarcar a todo el mundo, así que había que restringirlos convirtiéndolos en privilegios. Una de ellas fundó la democracia, pero sus filósofos teorizaron sobre la bondad de la esclavitud. Incluso uno de los teóricos de la democracia moderna, de la constitución y de los derechos tenía esclavos en sus plantaciones.
           
            En general, la humanidad ha ido afinando sus teorías sobre el mundo y sobre la sociedad y, salvo en los siglos centrales de la edad media, las nuevas ideologías han sido mejores que aquellas a las que sucedían. Quizá la actual crisis tenga que ver con el creciente desfase entre los constructos intelectuales –liberalismo, socialdemocracia, capitalismo- que han sustentado nuestro bienestar material y moral y la exigencia de su aplicación universal. ¿Es exportable el modelo de vida europeo a la masiva población asiática y africana manteniendo los estándares de bienestar? ¿No hay un paralelismo entre nuestro mundo y el griego y el romano?

            Qué duda cabe que el nacionalismo fue liberador en el siglo XIX, pero fue atroz en el XX y cuando se ha afirmado en el XXI ha dejado su huella de discriminación y sangre. Pero del mismo modo que es indefendible en la actualidad porque su fundamento es la desigualdad, aunque sus líderes digan lo contrario asumiendo las tácticas de Goebbels, no se puede combatirlo con ideas o hechos del pasado.

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