
Recorro las
páginas con interés, pero ya sin la avidez que me llevaba antaño a curiosear en
la vida de los grandes hombres, a meter el hocico en sus miserias, a juzgar sus
yerros. Poco a poco se van diluyendo en el tiempo los hombres que lo fueron
todo y pronto sólo serán una nota al pie, una presencia en las historias de la literatura,
una curiosidad, por lo que sus debilidades no serán distintas a las de
cualquier hombre.
Las
armas y las letras, de Andrés Trapiello -apareció primero en 1994 y luego,
otra vez, aumentado en 2010, con constantes reediciones en medio- es la
historia de un fracaso, la del pueblo español en los años que van desde 1936 a
1939, y muy especialmente la de sus intelectuales. La obra se abre con el
suceso del paraninfo de la universidad de Salamanca, donde el ejemplo de
Unamuno -“El hombre más libre que ha dado España”, según Trapiello-
enfrentándose a los representantes de la España más negra -Millán Astray- no sirvió como
modelo a otros escritores que o bien se entregaron al elogio irracional de las
armas o bien intentaron pasar desapercibidos o bien se refugiaron de la
trifulca lejos de España, y se cierra con la triste estampa del otro gran
escritor digno, Antonio Machado -“Estos días azules y este sol de la infancia”,
su último verso-, enfilándose hacia Francia y muriendo junto a su madre en un
hotelito de la frontera. Trapiello repasa a los escritores de uno y otro bando
de la contienda con ecuanimidad, tratando de comprenderlos en su circunstancia,
sin hacer demasiada sangre, porque describir las actitudes que adoptaron ante
los hechos basta para juzgarlos. Trapiello trae esta frase de Hannah Arendt:
“En las circunstancias imperantes en el Tercer Reich, tan solo los seres excepcionales
podían reaccionar normalmente”.
En todos
los sentidos la guerra fe un desastre, nada la salva -en realidad quien perdió
fue la tercera España, es decir, la mayoría de los españoles-, ni siquiera
pensar qué habría ocurrido si en vez de ganar Franco hubiese ganado el otro
bando. No habría habido menor violencia. Esto le comentaba Azaña -el presidente
melancólico- a Sánchez Albornoz, uno de sus pocos incondicionales: “Mire,
Albornoz, la guerra está perdida, pero si la ganamos, por milagro, en el primer
barco que saliera de España tendríamos que salir los republicanos,
si-nos-de-ja-ban”. Los que podían haber representado a la tercera España fueron
perseguidos y vilipendiados por unos y otros. De Madariaga decía Foxá: “La
nueva España afirmativa, ofensiva, violenta, respeta mil veces más a los rojos
que nos combaten cara a cara que a ti, pálido desertor de las dos Españas,
híbrido como las mulas, infecundo y miserable”. El enemigo, como señala
Trapiello, no era la España
roja, sino la otra España, la libre. Madariaga, Ortega, Marañón, Chaves
Nogales.
Unas pocas citas:
“Las literaturas de vanguardia siempre encubren políticas de
retaguardia” (Unamuno).
“Ser de izquierdas
es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede
elegir para ser un imbécil”. (Ortega).
“No me interesa esa
guerra. Es política”. (James Joyce).
“La
República pagó a Picasso 200.000 francos por el Guernica, el
10 % de lo que suponía el coste total del pabellón de la Expo Universal de París de 1937
(2 millones de francos). Picasso no perdonó un céntimo”. (Trapiello).
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