domingo, 15 de julio de 2012

La duda (Dubte), en el Grec de Barcelona



            Sitúa el escenario de su drama, La Duda, John Patrick Shanley, en el interior de un colegio dirigido por monjas, en algún barrio de una ciudad americana. Bajo esa duda que anuncia el título se esconden muchas inseguridades morales, no todas de actualidad, aunque sí la principal que es la de la pederastia que tantos dolores de cabeza ha ocasionado a la organización eclesial en los últimos tiempos. Un sacerdote, que es al mismo tiempo profesor del colegio, es acusado por la directora de seducir a un alumno negro. El autor carga las tintas en las circunstancias sociales, religiosas, personales y en el carácter de los dos personajes protagonistas, de modo que en el espectador funcionen los prejuicios que almacena en su mente. La monja directora, una católica puritana y rigorista, concibe la enseñanza como una misión sagrada y por tanto los métodos pedagógicos deben actuar en consecuencia, pero llegado el momento no le importa quebrantar códigos morales con tal de que el mal sea castigado. El cura, más moderno, apela al segundo concilio para justificar sus innovaciones, pero también a la jerarquía cuando le conviene mostrar la autoridad a su oponente para salvar el pellejo. En medio de esos dos caracteres fuertes, arquetípicos, los otros personajes son marionetas que ambos utilizan para defender su posición: la monja joven, profesora del alumno implicado, que tan pronto cree a una como al otro; el niño, que no sale a escena, cuyo problema mayor es integrarse en una clase de blancos, que viene de otros colegios, donde más que el color de su piel, era su afeminamiento lo que le marginaba, y la madre del niño, que se encuentra en el centro de intersecciones: los graves asuntos de su hijo, un marido que utiliza antes la violencia que la inteligencia para adaptarse y, ahora, el que le crean en el colegio, y que como no puede enfrentarse a todos a la vez prioriza entre ellos para escándalo de la directora del centro que ve como no puede tomarla como aliada. Y todos ellos al servicio de la dramatización, todos los personajes juguetes de John Patrick Shanley para zarandear las emociones y los prejuicios propios del espectador.

            Muchos conocimos este drama por la película del propio John Patrick Shanley y por las enormes interpretaciones de Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman. El drama es de 2004 y la peli de 2008, sin embargo la acción la sitúa en el año siguiente al asesinato del presidente Kennedy. Esa circunstancia le sirve al autor para que los asuntos morales que se debaten queden envueltos en un aura de verosimilitud. Entonces chocaba más que ahora una ruptura moral como la planteada en el ámbito de la moral religiosa, eran de más actualidad los problemas asociados a la fe religiosa o la modernización de la iglesia, más debatidas la legitimidad social de las instituciones religiosas y la integración de los negros.

            Ahora, dentro de la programación del Grec de Barcelona, se presenta en el Poliorama una versión de Sílvia Munt, con Rosa Maria Sardà y Ramon Madaula en los roles centrales. El teatro es un espectáculo vivo, influyen el clima, la situación anímica de los actores, el rodaje de la obra. La acabo de ver un día veraniego de mediados de julio. La obra discurre entre la grisura y el aburrimiento, viejos vestidos que se sacan a la luz de un arcón en medio de una cortina de polvo. Creo que tanto la Sardà como Madaula no han conseguido hacerse con el personaje. Muy fría, apagada mejor, la primera, falta de energía, y con poco autocontrol en los momentos cruciales, Madaula, especialmente en la escena más importante, al final, cuando ha de defenderse de las acusaciones de la monja directora. Una actuación que confunde la autodefensa agresiva con una voz por momentos histérica y una gestualidad excesiva. Me han sorprendido sin embargo, agradablemente, las otras dos actrices, Mar Ulldemolins, que está perfecta en su papel de joven monja ingenua llena de buena fe y Nora Navas, la madre del chico, que cuando aparece por primera y única vez en el escenario con su chaqueta roja no sólo rompe el hasta entonces mortecino desarrollo de la obra sino que está perfecta en su breve interpretación de una mujer que vive en silencio su angustia, pero que estalla de ira ante los retorcidos argumentos de la directora que antes que solucionar el problema personal del chico intenta por todos los medios que el escandaloso asunto de la acusación salga a la luz y se lleve por delante lo que haga falta.

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