
Me ha
costado entrar en la novela, varias veces la he intentado dejar. Si he seguido hasta
el final ha sido porque los episodios del asesino tenían morbo y Paz Soldán
consigue en alguno de ellos imaginar escenas tremebundas. A la novela le pesa
demasiado la voluntad de estilo, esas líneas narrativas con personajes variados
que al final vagamente se enlazan. Los personajes son vaporosos, apenas toman
cuerpo a tierra. La única creación de interés es como digo, la del asesino,
aunque responde demasiado a los tópicos del asesino en serie peliculero: se
llama Jesús María José, se cree un ángel enviado para acabar con todos, KILL
THEM ALL, se relaciona con mujeres a las que acaba matando o desea matar. Los
demás personajes pululan por su línea narrativa cavilando o haciendo cosas sin mucho
interés. El loco pintor huye de un México en guerra –en los años 30- hacia los
USA y se nos presenta con pensamientos inconexos, delirando sobre su mujer y
las guerras y los señores gobiernos; un profesor sueco conseguirá que grandes
museos se interesen por sus dibujos. Los profesores escritores, oriundos de
Bolivia o Argentina, se mueven en un mundo de droga, alcohol, escritura y
desasosiego existencial y el detective, también chicano, se parece mucho a otros
detectives que hemos visto en otras partes: solitario, con una querida
prostituta que está a la espera de que le diga algo para irse a vivir con él, pero el hombre
no se acaba de decidir.
La acción
sucede a un lado y a otro de la frontera entre México y EE UU. Ese Norte
al que muchos, no sé si la mayoría, de los latinos parece tender. Los
personajes son impulsados por la tópica contradicción entre el odio a los
yanquis y el deseo de vivir entre ellos. El asesino para matarlos, el loco para
refugiarse, los escritores/profesores para criticar el sistema pero viviendo a
su cuenta. El detective parece el único que ha conseguido vivirlo con
normalidad.
No sé si
puedo decir que la novela es ambiciosa. Sí creo que es una novela frustrada, la
mayor parte de lo que escribe al autor sobra. Todas las líneas narrativas,
excepto la del asesino, no aportan nada, no ayudan a comprender la trama
principal; hay momentos, en el último tercio de la novela en que se nota la
desgana del narrador: muchas frases, párrafos, capítulos enteros anodinos, sin
pulso, como si el autor se viese obligado a acabar lo que había empezado porque
ha perdido la fe en su historia. Es evidente que con una idea, o dos, o tres, no
basta para construir una historia. Al final, el autor nos aclara que el asesino
está fundado en uno real, The Railroad Killer, y que el loco pintor también,
Martín Ramírez, y el lector deduce que los profesores/escritores tienen que ver
con la experiencia propia del propio Paz Roldán. Para que la novela hubiese estado mejor
armada al escritor tendría que haber investigado más sobre sus personajes y planear
con claridad qué es lo que quería contar, porque terminada la trabajosa lectura
yo no he sabido qué es lo que Paz Soldán me quería decir.
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