jueves, 13 de octubre de 2011

Primero la impresión, después la cita, más tarde la anécdota


A tono con la faz de hombre silencioso y dizque juicioso, el país está depositando en Rajoy una esperanza muda, contraimagen del optimismo loco y resultón del votante de 1982 ante Felipe González. Es una esperanza poco crédula y en muchos casos ya defraudada antes de que comiencen las labores de gobierno, pero qué sería de nosotros sin un rayo de luz. No es que los tiempos sean atroces, ni mucho menos, pero ahí está colgada la amenaza, difusa, parecida a la de otros tiempos que no vivimos pero que hemos leído en libros o visto en documentales y películas. No faltan profetas del desastre y cifras que se oscurecen cada día y el tiempo está como a la espera.

“Resulta curioso que los acontecimientos verdaderamente importantes que alteran por completo el curso del destino de una persona se presenten bajo una apariencia insidiosamente trivial. Los primeros síntomas del cáncer son mucho menos dramáticos que una rodilla magullada; cualquier psiquiatra sabe que los conflictos reales del paciente se hallan ocultos detrás de ideas y sueños que el mismo descarta como carentes de importancia. Si llevas un diario y relees lo que escribiste al cabo de varios años, siempre te sorprenderá encontrar que los acontecimientos que más importaban en aquel momento están extrañamente minimizados y se mencionan sólo de pasada. La verdadera tragedia rara vez sirve para un buen drama”. (Arthur Koestler, La escritura invisible, 1954)

“En un congreso de escritores celebrado en Moscú, después de haber escuchado numerosos discursos que prometían la felicidad universal en un mundo nuevo, André Malraux preguntó de pronto: “¿Y qué hay del niño atropellado por un tranvía?”. Se hizo un penoso silencio; luego alguien dijo, en medio de la aprobación general: “En un sistema de transportes socialista perfectamente planeado no habrá accidentes”.

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