lunes, 24 de octubre de 2011

Del Urbión a la Laguna Negra



A finales de octubre, con el otoño dejándose caer por los bosques, pocos paisajes pueden verse ahora mismo en España, tan hermosos como el de la Laguna Negra descendiendo desde el Urbión.


El paseo se inicia en el pico de Santa Inés, discurre por los densos pinares sorianos de pino silvestre hasta el alto de las tres mojoneras o de las tres uves; sigue por la cuerda que separa los valles del Ebro y del Duero, éste recién nacido; del lado de la Rioja los montes pelados como piel de elefante, del lado castellano la marea verde de los pinares; remonta hasta el pico Urbión bordeando la cubeta glaciar y desciende luego por los humedales de la sierra, junto a las lagunas del Urbión y Helada, con muy poco agua en estas fechas, y por fin se adentra en un sendero tan escarpado como hermoso.


La primera vista parcial de la Laguna Negra desde lo alto del circo glacial en cuyo fondo se asienta, entre las hojas del serbal y las rocas fragmentadas, deja sin habla. Después bordeando la cornisa es imposible separar los ojos del maravilloso espectáculo, el círculo del agua abajo, el arco rocoso roto por el hielo de frente, el color de las hojas de serbales y hayas, de abedules y álamos, de robles y hayas y de brezos en las laderas que caen sobre el agua.

La bajada por un sendero de roca y grava suelta se hace peligrosa si no se quiere renunciar a mirar, si no se quiere dejar de fotografiar.


Abajo, a pie de la laguna tanta belleza deslumbra, el agua desaparece bajo el reflejo de los colores que descienden con la tarde. No importa el cansancio, ni el gentío que se aprieta en la pasarela de madera que recorre los márgenes, ni el atardecer que amortigua la luz. Pobres los que estos días no puedan ver este espectáculo.

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