martes, 23 de agosto de 2011

6. Pistas asfaltadas


Me interesa el aire libre y los pequeños núcleos de población. En vacaciones busco, supongo que como la mayoría de la gente, huir del bullicio. En el Val d'Aran es fácilmente evitable. A pocos kilómetros se está fuera de su capital, a un palmo de la cima de las montañas o del nacimiento de los ríos. Si uno está atento, y si se aleja del turismo familiar que todo lo invade, puede topar durante el día, con un rebeco, una marmota o con un ciervo, y con un poco de suerte un desmán o una comadreja, y por la noche, con un búho, una lechuza o un conejo que sale de un huerto y que no se asusta ante la presencia del intruso.


El asfaltado de las pistas forestales nos lleva al pie de todos los lugares singulares del valle, como el Salto del Pish, cuyo ascenso, siguiendo el curso del río Varradós, ofrece vistas espectaculares sobre el macizo de la Maladeta y el glaciar del Aneto
.

El valle de Torán, dejando atrás el río Garona y tras ascender por una escarpada pista, en la frontera con Francia, hay pequeñas aldeas, con pocos habitantes, pero con casas en perfecto estado de revista. Sant Joan de Torán o Porcingles. En Sant Joan de Torán el tabernero aburrido se entretiene subiendo una perola con la comida del gallo a lo más alto del muro. La pista acaba en un refugio, la Honeria, donde comienzan unas cuantas rutas, refugio donde un montañero simpático y dicharachero sirve menús y cafés.
Como en toda España estos son días festivos y los pueblos están llenos de color y de chicas disfrazadas.

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