jueves, 25 de agosto de 2011

7. De Viacamp a Morón


En el último pueblo de los Pirineos, el más alto del Val d’Aran, Eth Pradet, apenas tres o cuatro casas, una señora sentada en un taburete se corta el pelo ante un espejo. A dos pasos del cordal que separa España de Francia. Desde ahí todo es bajar. Primero por la pista forestal asfaltada, dejando atrás Canejan, colgado sobre el valle, luego por la carretera que bordea el Garona, pasando por Les, de cuya biblioteca sale como una antigua salmodia la lección de un adulto guiando a unos niños por el mar proceloso de Internet, Bossot, el pueblo de la lencería y las patas de jabalíes colgadas como adorno festivo, y Vielha. Ahora se asciende hacia el túnel que une el valle con la provincia de Lérida, el embalse de Baserca, el Pont de Suert, donde un vecino se enfada porque el tendero le cobra dos céntimos de más en el kg de melocotones de la tierra, donde los cuatro puestos de la gasolinera, ocupados, se liberan con exasperante lentitud. El embalse de Escales, donde dos escaladores trepan por una pared imposible, donde unas cabinas de vigilancia salteadas por las paredes me intrigan. Atrás va quedando el monasterio de Sopeira, Montañana, hasta llegar a Viacamp. Al pie de la carretera, un centro de recepción moderno, bonito, pero vacío. Sólo en el bar hay algún parroquiano. Una muchacha se levanta de la mesa donde toma un café y me atiende sonriente. A quinientos metros más arriba, la iglesia románica amenaza ruina total, pero la torre cilíndrica que domina un vastísimo territorio está recién restaurada. Una estructura metálica permite acceder a lo más alto, subo con recelo en este lugar sin almas y contemplo la extensa panorámica. 


La ruta sigue bajando hacia Benabarre y su hermoso castillo visto desde lejos, no tanto la bonita restauración, hacia Barbastro y el santuario para finolis y hasta el congosto del río Ésera de sorprendentes aguas turquesas y su hermoso puente, uno de tantos como atesora Huesca, que me es imposible fotografiar aislándolo del presente porque unos maños han decidido tomar posesión de él esta mañana. Por el camino van quedando maravillas que el cansancio y la solana impiden contemplar. Calor, secarrales y ni una zona de pic nic. Hay uno a la entrada de Calatayud, pero los árboles sobre las mesas no dan ni una brizna de sombra. Menos mal que unos kilómetros más allá reencuentro uno de mis pueblos favoritos, Morón de Almazán, con su plaza singular y la fresca terraza de su hostal.

No hay comentarios: