lunes, 22 de agosto de 2011

5. Val d'Aran


Como Vielha es una ciudad vinculada al comercio está dominada por el espíritu del comerciante y su temor a perder el negocio. Eso explica el caos circulatorio, por ejemplo. No hay zona azul, cada cual aparca como quiere. Es un error. Ciudades parecidas como Chamonix restringen el tráfico y no por ello dejan de ir los turistas. Otro aspecto que se relaciona con ese espíritu es el poco afán que los araneses tienen por perseguir la rotulación en español de sus negocios como ocurre en Cataluña. Aunque quizá no sólo intervenga en el asunto el miedo a perder clientes; los araneses empiezan a importar el sentido de la diferencia y singularidad de sus vecinos catalanes y quieren sustituir el catalán por el aranés.


Nada debería impedir, sin embargo, la visita a este maravilloso valle, aunque no se sea amante de la nieve. De hecho nada lo impide. El valle y sus parajes está lleno de turistas y los tópicos del silencio y la soledad de la naturaleza es difícil hacerlos realidad. Hasta en el lugar más recóndito hay un aparcamiento lleno de coches. Por ejemplo, en el prado de la Artiga de Lin para ver Los Ojos de Joeu, donde las aguas del Aneto, sumergidas 4 km arriba, vuelven a emerger. Es un paraje único, pero accesible a cualquiera. La pista forestal de 12 km ha sido asfaltada. O el Portillón, conocido por las vueltas ciclistas, un trasiego de coches desde Vielha a Bagneres de Luchon, carretera por la que los ciclistas se juegan la vida por la imprudente velocidad de los coches.


Otro motivo para admirar El Valle de Arán es su románico, un románico impuro, entreverado de otros estilos, muy diferente de la pureza estilística del románico de La Vall de Boí, que quizá indique que el carácter abierto y ecléctico de los araneses venga de antiguo.


En Bossost están de fiesta y para celebrarlo engalanan los techos de sus calles con una llamativa mezcla de cosas disímiles: zapatos, calzones, huesos de jamón. Extravagancia y eclecticismo.

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