Nada debería impedir, sin embargo, la visita a este maravilloso valle, aunque no se sea amante de la nieve. De hecho nada lo impide. El valle y sus parajes está lleno de turistas y los tópicos del silencio y la soledad de la naturaleza es difícil hacerlos realidad. Hasta en el lugar más recóndito hay un aparcamiento lleno de coches. Por ejemplo, en el prado de la Artiga de Lin para ver Los Ojos de Joeu, donde las aguas del Aneto, sumergidas 4 km arriba, vuelven a emerger. Es un paraje único, pero accesible a cualquiera. La pista forestal de 12 km ha sido asfaltada. O el Portillón, conocido por las vueltas ciclistas, un trasiego de coches desde Vielha a Bagneres de Luchon, carretera por la que los ciclistas se juegan la vida por la imprudente velocidad de los coches.
Otro motivo para admirar El Valle de Arán es su románico, un románico impuro, entreverado de otros estilos, muy diferente de la pureza estilística del románico de La Vall de Boí, que quizá indique que el carácter abierto y ecléctico de los araneses venga de antiguo.
En Bossost están de fiesta y para celebrarlo engalanan los techos de sus calles con una llamativa mezcla de cosas disímiles: zapatos, calzones, huesos de jamón. Extravagancia y eclecticismo.
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