jueves, 18 de agosto de 2011

2. Las iglesias de la Vall de Boí


El señor de Erill controlaba desde su castillo el valle del que obtenía beneficios, aunque el grueso de las rentas que le permitieron levantar las iglesias vino de la ayuda que prestó a Alfonso I de Aragón. Desde lo alto de los campanarios dominaba sus posesiones. Con banderas durante le día y antorchas durante la noche, las torres de Sant Climent y Santa Maria de Taüll, de Sant Joan de Boí y Santa Eulalia de Erill la Vall, de Sant Feliu de Barruera y la Nativitat de Durro daban cuenta de la llegada de intrusos, del paso de un rebaño o el cruce de un puente o peaje. La economía del valle era escasa y había que hacer pagar el uso de cualquier recurso. Hoy estas pequeñas poblaciones forman parte de un único municipio y su economía gracias a la nieve y a los turistas es boyante. El señor de hoy no tiene un nombre claramente definido, pero sí normas estrictas que hacer cumplir. Un grupo de turistas, con algunos colombianos, pide que la visita guiada a Sant Climent dé algunas explicaciones en castellano, pero la guía repite, como argumento machacón, que se debe a la normativa.


De todas las torres de este románico lombardo la más esbelta es la de Sant Climent. Cada vez que vuelvo cuando salgo de una curva siempre me impacta. Hubiera necesitado un Monet que fijara la luz cambiante de sus cuatro caras a lo largo del día y de las estaciones. También es hermosa la pequeña ermita de Sant Quic, unos cuantos kilómetros cuesta arriba, subiendo desde Barruera y dejando atrás Durro. Desde Sant Quirc hay una vista general del valle y de sus torres románicas.


Las iglesias se construyeron sobre el terreno sin cimientos, sobre la roca viva, por canteros llegados de la Lombardía. Eso explica el combamiento de las paredes y columnas, la humedad que por capilaridad ha penetrado en las paredes y la pintura. La visita se ha de completar en el MNAC de Barcelona donde están las joyas de la corona.


Quizá esta no sea la mejor época del año para visitar estos pagos, tomados como están por un abusivo turismo familiar. Los niños consentidos invaden todos los espacios y los padres se debaten entre una falsa sonrisa vigilante y el cansancio tristón del atardecer. Es en la anochecida cuando a solas en sus habitaciones dan rienda suelta a su malhumor y gritos.

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