domingo, 26 de junio de 2011

El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia

En esta como en cualquier otra historia novelada importan dos cosas, lo que se cuenta y el modo en que se cuenta. Patricio Pron relata su vuelta a casa, el reencuentro con su familia. Hay una confusión entre autor y narrador. Pero Pron advierte, citando a Muñoz Molina, que “una gota de ficción tiñe todo de ficción”.
El narrador recibe una llamada. Su padre esta en el hospital, ha de dejar las cosas que tiene en Alemania, Gotinga, y volver adonde parece que no quería. En la llana pequeña ciudad de la provincia de Tucumán, Argentina, reencontrará lo que había dejado años atrás. Su padre no sólo le espera en el hospital, también en su mesa de trabajo, en casa. Unas cuantas carpetas sobre la mesa. Parece que están dispuestas para que alguien ordene el material que contienen, documentos de todo tipo: actas notariales, descripciones técnicas, registros oficiales, recortes de periódico, cartas de lectores. Hablan de la desaparición y muerte de un vecino. Un suceso corriente en el que se mezclan la codicia, el engaño y la inocencia de un pobre hombre que ha cobrado una suculenta indemnización por la desaparición de su hermana durante los años negros del país. La seducción se enreda con la soledad y el engaño. Junto a todo eso está el interés del padre por el asunto. La investigación del hijo, el narrador, se solapa con la del padre. El narrador trata de rearmar el doble puzzle: qué fue de aquel vecino asesinado y qué ocurrió en el pasado para que el padre del narrador se sienta tan interesado.

La segunda de las cuatro partes de que consta la novela está montada con el material fragmentario que el hijo encuentra en las carpetas del padre. El lector irá encontrado sentido junto al narrador en la suma y acumulación de materiales. Es la parte más interesante de la novela, desde mi punto de vista, en algunos aspectos comparable a algunas novelas de Cortázar o a La verdad sobre el caso Savolta de Mendoza.
Sin embargo, hay quizá un empeño demasiado explícito en afirmar que el autor está a la búsqueda, que la novela que se está armando sobre la marcha es la novela del padre, que hay un paralelismo entre las dos búsquedas. Si no fuese por la reiteración la novela sería magnífica, aún así es de lo mejor que se puede leer en castellano ahora mismo, dentro del limitado grupo de libros con los que me manejo.

Lo mejor de Pron es su voluntad de limpiar la lengua literaria, de sacudirse adherencias y elementos superfluos, aunque a veces, tanta voluntad de limpieza conduzca a una cierta sequedad. Todavía el afán de mostrar su juego es demasiado evidente, aunque en su voluntad de mostar las cartas haya párrafos suscribibles. Patricio Pron se enfrenta a la historia de terror argentino de la década de los 70:
“comprendí que los hijos íbamos a tener que dilucidar el pasado de nuestros padres y que lo que averiguaríamos se iba a parecer demasiado a una novela policiaca que no quisiéramos haber comprado nunca, pero también me di cuenta de que no había forma de contar su historia a la manera del género policíaco o, mejor aún, que hacerlo de esa forma sería traicionar sus intenciones y sus luchas, puesto que narrar su historia a la manera de un relato policíaco apenas contribuiría a ratificar la existencia de un sistema de géneros, es decir, de una convención, y que eso sería traicionar sus esfuerzos, que estuvieron dirigidos a poner en cuestión esas convenciones, las sociales y su reflejo pálido en la literatura”. 
Por si alguien desconocía la diferencia entre los géneros y la literatura.


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