sábado, 30 de abril de 2011

Portugal 6. Batalha y Alcobaça


Patrimonio de la humanidad. Los grandes monasterios portugueses. El de Batalha, o Convento de Santa Maria da Vitória, se alzó para conmemorar la victoria de Aljubarrota (1385), donde los portugueses vencieron a los castellanos por incomparecencia. Juan I frente a Juan I. La batalla duró media hora o eso dicen los portugueses. Los castellanos como correcaminos pusieron pies en polvorosa y en la huida fueron masacrados.


Batalha es un monasterio del gótico tardío. A lo lejos se asemeja a la catedral de Milán. Con una enorme nave basilical. Su claustro gótico florido de traza manuelina, ocupado en parte por la gloria y el duelo militar -homenaje al soldado desconocido con llama perenne. Falta de restauración por todas partes.


Impresionan sin embargo las llamadas capelas imperfeitas: un bloque añadido, al modo de la Capilla del Condestable en la catedral de Burgos, al que falta la cúpula. Los pilares aparecen como serrados, tanta debió ser la prisa del rey Manuel I, en 1516, por trasladarse a Lisboa y entregarse a la contrucción del Monasterio de los Jerónimos. Esas capillas son lo más valioso de Batalha.
El monasterio ha sufrido estragos desde entonces: el terremoto de 1755, la codicia del napoleónico Masséna, en 1810, el abandono y la ruina tras la desamortización, en 1834.


Alcobaça está a pocos kilómetros de Batalha, aunque con mucho tráfico. Son famosos los pasteles de Alcobaça. Nouvelle cuisine y un precio que quita el hipo. En frente de la entrada principal hay varias pastelerías. Para no defraudar las expectativas del turista, escogemos un Don Pedro y una Doña Inés.
El monasterio de Alcobaça o Real Abadía de Santa María de Alcobaça, del primer gótico, fue levantado a finales del XII por monjes cistercienses por orden del primer rey de Portugal, Alfonso Henríquez, tras su victoria contra los moros en  Santarém.


Don Pedro, hijo del rey Alfonso IV, se enamoró de quien no debía, la dama de compañía de su esposa Constanza. Cuando ésta murió tuvo tres hijos con Doña Inés de Castro, de rancia nobleza gallega, con quien se puso a vivir sin el beneplácito de su padre. Alfonso IV y sus consejeros por razones de estado ordenaron su muerte. Cuando Don Pedro subió al trono, tras dar muerte a los consejeros de su padre, mandó desenterrar a su amada, vertirla y enjoyarla. Tras coronarla y subirla al trono ordenó que la corte le rindiese honores. Dos formidables sarcófagos de ambos amantes están frente a frente en el transepto, de modo que cuando llegue el fin del mundo el uno al otro sean lo primero que vean. ´Los soldados napoleónicos, de nuevo, en 1810, los profanaron.


El monasterio es enorme, lleno de dependencias interesantes, una grandísima nave, una sala con esculturas poco valiosas de los reyes de Portugal, dos claustros, una cocina dieciochesca, parlatorio, sala capitular, bodega. Todo de grandes proporciones.


Óbidos es un pueblo turístico que destaca por su muralla adaptada a las ondulaciones del terreno. Una visita al atardecer es perfecta para contemplar el valle circundante y la puesta de sol. La comida como en todo pueblo turístico que se precie es decepcionante.
Volvían a jugar el Madrid y el Barça. Esta vez la copa. En las tabernas tenían puesto el Oporto Benfica, que también jugaban la copa. Tan sólo en un local pequeño el tabernero invitaba a la puerta a contemplar el acontecimiento español. El interior resultaba muy incómodo. Un telefonazo me informó más tarde del fin de la hegemonía del Barça.

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