viernes, 29 de abril de 2011

Portugal 4. Coimbra


Llueve toda la noche. En el desayuno una pareja de españoles, treintañeros, pantalón corto, camiseta, chanclas, se comunica a gritos en el silencioso ambiente. Ella da de comer a su bebecito con gran aparato. Él se mueve de un lado para otro por los expositores de viandas llenando un par de bolsas que cuelgan del carrito del niño: bocadillos, fruta, "ese yogur que hacen aquí, que le gusta tanto".


Una capa de nubes pasajeras cubre la ciudad. Hay que subir cuestas resbaladizas hasta llegar a la universidad vieja. Tras la Porta Férrea, el patio das Escolas aparece como un distribuidor gigante que da paso a las estancias visitables. Desde aquí hay una magnífica panorámica de la ciudad que desciende hacia el Mondego. Una estatua imponente de Joao III, sin embargo, le da la espalda.


La torre de cabra, una torre barroca que aún señala los cambios de clase. La capilla de San Miguel y la biblioteca barroca, compuesta de un seguido de tres salas hermosísimas, decoradas al gusto dieciochesco, con motivos chinos en los estantes, ampliada en un subsuelo de antiguas mazmorras universitarias.

En la sala dos Capelos, antigua sala de recepción de la corona, cuando la ciudad fue capital, una mujer explica su tesis doctoral ante un tribunal preguntón. Los familiares se han vestido para la ocasión. Prodomina el negro y los cuellos blancos. Ella con la capa que ayer veíamos en los estudiantes. Cualquiera puede mirar a través de las ventanas acristaladas del piso superior. Un corredor exterior contiguo ofrece una vista de 180 grados sobre la ciudad. Los estudiantes entran y salen de las aulas inmensas con gradas. La profesora, diminuta desde lo alto de la observación, parece concentrada, ajena a la poca atención que se le presta.


Comemos en una taberna, no cabe mejor nombre, en un callejón que sale de la Rúa de Sota. Comida abundante y jugosa: cogumelos con carne y arroz con judías. Rico. Durante la siesta sigue lloviendo.
Cuando la lluvia remite, otra vez hacia arriba. La hermosa iglesia de Sao Tiago, en la plaza del comercio, está en estado ruinoso, en medio de casquetes olvidados. Entramos en la Sê Velha. Han conseguido eliminar la humedad, aunque aún queda mucho por restaurar. Es hermosa. A Portugal le pasa como a Castilla, demasiado patrimonio para tan poco presupuesto.


Paseamos por lo alto del barrio universitario. Descubrimos el acueducto del siglo XVI, probablemente construido sobre otro anterior romano. Y el botánico, obra también del marqués de Pombal.
Bajo el paraguas paseamos por el novísimo paseo junto al Mondego que debe haber costado una pasta. Auditorio, pasarelas, esculturas muy modernas y nada pretenciosas, puentes sobre el río, hasta el convento de Santa Clara, al otro lado, también en restauración. Abandonado desde el siglo XVII cuando las monjas clarisas, hartas de las inundaciones, decidieron trasladarse a un convento nuevo en un cerro contiguo.
De noche, la perspectiva de la ciudad desde este lado merece la pena. Aún no hemos abandonado Coimbra y ya tenemos nostalgia de esta bella ciudad.

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