Los habitantes de las grandes ciudades, pongamos Madrid y Barcelona y sus áreas metropolitanas, aunque también Bilbao, Valencia o Sevilla, tienen un sobresueldo si se les compara con el resto de pobladores del país. Es un sobresueldo real, no imaginario. Un salario social que se añade a su nómina mensual. Una extensa red asistencial, una enorme oferta educativa en varias lenguas y sistemas, un transporte público ágil, eficiente en general, con gran oferta horaria y territorial, por poner unos pocos ejemplos y sin contar las posibilidades de ocio, de acceso cultural o social o las mejores ofertas de trabajo. Ese sobresueldo está subvencionado por el total de la población que en general no se beneficia. La capitalidad, nacional o regional, la presión poblacional, la queja diferencial son alguna de las razones que explican ese privilegio que castiga a los que ya perciben rentas más bajas por el hecho de vivir en provincias.
Por eso sorprende la queja de aquellos que aún quieren más, como este economista para quien, forzando argumentos y falseando la realidad, todo es cuestión de Madrid y Barcelona, de Barcelona por debajo de Madrid. Le parece poco lo invertido en Barcelona y la vertebración del territorio no ha de ser cosa de designios políticos, ha de ser cosa del mercado, excepto, claro está, cuando hablamos de Cataluña y Barcelona. Los capitalinos de Barcelona y Madrid, de Sevilla y Bilbao, no piensan en el sobresueldo de que gozan, para ellos es cosa natural y es cosa de pueblerinos quejarse por vivir como pueblerinos.
Tiene razón Muñoz Molina todos deberíamos vivir en ciudad:
Qué invento asombroso, la ciudad. La ciudad grande, la ciudad viva, la ciudad en la que buscan y encuentran trabajo los emigrantes pobres y asilo los fugitivos, la ciudad en la que uno disfruta tan plenamente de la soledad como de la compañía, a la que sueñan con irse los sometidos al tedio y a la extenuación del trabajo campesino, los que desean aprender y ejercer oficios fantasiosos, en la que podrán escapar de la vigilancia escrutadora de sus semejantes los que mantienen oculta su diferencia; la ciudad ciudad, donde a cualquier hora del día y a veces de la noche hay gente por la calle y locales abiertos; o en la que un sistema eficiente de transporte público permite viajar hasta sus últimos confines en líneas de autobuses o en redes de metro en las que nunca falta el misterio del encuentro con los desconocidos, el del viaje por laberintos de corredores y escaleras.Vivir en una gran ciudad es un privilegio que deberían pagar sus habitantes no los que viven peor que ellos.
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