lunes, 28 de marzo de 2011

San Salvador de Oña

No es apetecible caminar bajo la lluvia, aunque hacerlo por los senderos de montaña invita al silencio y a la introspección. Bajo la lluvia el bosque brumoso se convierte en un paisaje interior. Ha llovido toda la noche, a ratos con el sonido metálico de las gotas rotas sobre la barandilla, y lo hace al salir de casa. Sin embargo, puestos a caminar, el cielo gris de nubes andarinas se ha mostrado respetuoso. Al final del día, de vuelta a casa, la lluvia volvía dejar regueros sinuosos en la lámina de cristal del autocar. Y ha seguido durante la noche y la mañana de este domingo en que nos han robado una hora de sueño.
En la autopista frente a Burgos, en dirección a Briviesca, la Cartuja asoma en un promontorio de pinos. El manto gris se deshilacha con luminosas trasparencias hacia el este. Briviesca desfila ante nuestros ojos legañosos; plátanos desmochados y una sucesión de espléndidas casas neomoriscas en lamentable estado.


A medida que ascendemos por una pista amplia y cascajosa vamos dejando a nuestros pies el monasterio de San Salvador de Oña, en el centro de una cubeta que los arroyos han ido excavando. Estamos en el parque natural de los Montes Obarenes, un territorio de 33.000 hectáreas que abarca 17 municipios. El paisaje es espectacular, la gran plasticidad del terreno, los cañones que se abren paso arrastrando las margas hasta la cubeta, los cortados calcáreos que resisten el desgaste, los sinclinales formando figuras imposibles, una variedad geomorfológica en un espacio relativamente pequeño.
Estamos en el centro de los Montes Obarenes. El bosque mediterráneo se va desplegando ante nuestros ojos, encinas y pinos, resinero y silvestre, quejigos, coscoja, madroños, acebos y brezo, y a medida que vamos ascendiendo, en el sotobosque va ganando cada vez más espacio el enebro rastrero y el boj. Bordeando el camino aparecen las flores amarillas de las prímulas y los capullos cerrados del eléboro.



Abajo en el valle, al oeste de Oña, aparecen los caserones medievales de Tamayo, algunos abandonados y otros en restauración, restos de un tiempo próspero, unido al cultivo de viñedos, anterior a la plaga de la filoxera.

A 1200 metros, la subida mayor del día, el boj domina una ancha extensión hasta constituirse en bujedo, nombre que recibe el bosque de boj. Estamos en la Mesa de Oña, un altiplano desde el que se domina en toda su extensión la comarca de la Bureba. En un extremo el monte cae a pico sobre la meseta, el viento frío azota de cara, un numeroso grupo de buitres leonados planea sobre nuestras cabezas.


La segunda excursión del día rodea un gran espacio, siguiendo el interior de la valla, a veces muralla, de lo que fue la huerta del monasterio. Árboles exóticos como una joven secuoya de 75 años, pinsapos de más de 300 traídos del sur, que con el tiempo colonizarán la zona, tejos; la ermita de Santo Toribio, un eremitorio del siglo VIII, bastante bien conservado, de los muchos que hubo en la zona aprovechando las cuevas calcáreas y que fueron el origen del monasterio; estanques de producción piscícola, todo ello restos de los afanes de otros siglos para quienes este lugar significaba mucho más que para nosotros, vida para ellos, nostalgia arqueológica o histórica para nosotros.


El Monasterio de Oña es un conjunto de edificaciones, todavía en un buen estado relativo de conservación a pesar de los contratiempos que la historia le ha infligido, que permiten decir que Oña es un Monasterio con casas más que un pueblo con monasterio. Ligado a los condes fundadores de Castilla y al gran rey navarro Sancho III el Mayor, ha pasado por muchas vicisitudes desde su fundación en el 1011 hasta el pillaje a que fue sometido por el príncipe negro, de la desamortización y abandono obligado de 1835 a sede universitaria de los jesuitas antes de que estos se trasladaran a Deusto.


Este año se está celebrando su milenario, con mucha pena y poca gloria. En la actualidad la propiedad se la reparten el arzobispado y la diputación de Burgos que la dedica a centro psiquiátrico y residencia de ancianos. De la Iglesia se adivinan sus joyas artísticas, pues está en proceso de restauración antes de que sea sede de las Edades del hombre el año que viene. Castilla tiene tan enorme patrimonio como escasos recursos para mantenerlo en pie.

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