viernes, 25 de marzo de 2011

Downton Abbey


Los ingleses han sido unos maestros del lenguaje televiso del siglo XX, ágiles, modernos, limpios. Todo el mundo guarda recuerdo de los reportajes de la BBC, de las series de la ITV y del Channel Four, de sus películas, por ejemplo de ese El discurso del rey que ha ganado un óscar. Pero, tan cerca del óscar y tan lejanos de la realidad. Ahora, su lenguaje es viejo, caduco, del siglo pasado. No hace falta más que ver esa serie que están pasando en Antena 3, Downton Abbey, tan pulidita, tan bien planchadita. No sólo su lenguaje se ha quedado viejo, es que sus temas van a buscarlos lejos, un siglo más atrás todavía. Se han quedado, en cuanto a temas se refiere, en Dickens, en las Bronte, en Austen y aún éstos presentaban los temas de un modo más polémico, más veraz. Ya no hay acidez, ni violencia, no aparecen los estragos de las diferencias sociales. En Downton Abbey, vuelve a aparecer el ya clásico inglés, escaleras arriba y escaleras abajo, los señores y los criados, personajes más buenos que el pan y malvados retorcidos y cuando se cae en el pecado siempre se abren vías de redención. Una sociedad muerta. Paisajes espléndidos, interiores nobles, sucesos nimios que desatan sentimientos, algo de cambio para mostrar el contexto de la época, los prolegómenos de la Gran Guerra y unos actores -cómo no habrían de ser magníficos si son ingleses- representando roles sociales inmutables, de un conservadurismo que da grima. ¿Todo eso es lo que da de sí la vieja cultura inglesa? No, claro que no, hay autores capaces de hacer ver el resentimiento, el sarcasmo y hasta la frivolidad, aunque todo eso no deje ser síntoma de decadencia. Como en el resto de Europa, salvo algunas buenas películas francesas. No es extraño que la serie le guste a Esperanza Aguirre: cada cual en su puesto, con su trabajo bien hecho, su rol social, su responsabilidad, una sociedad ordenada. Respeto esa opción política, pero a mí me gusta añadir a la igualdad de oportunidades, la pelea por disminuir la desigualdad social.

La vida real siempre es más instructiva que la ficción y por supuesto más veraz. En  la misma época en que se sitúa la acción de la serie, la aristocracia europea se sumía por el desagüe de la historia. La tierra dejó de ser una fuente de ganancias y de placer, como hace decir Oscar Wilde a uno de sus personjes. A la caída en picado de ingresos se unió el pago de impuestos de los que antes estaban eximidos. En 1905 Gran Bretaña importaba el 60% de los alimentos y el 80% de los cereales. La tierra dejó de ser un valor seguro. Sólo los que pudieron unir su rancio abolengo a la riqueza de los nuevos ricos burgueses pudieron sobrevivir durante un tiempo. Eso sí se ve en la serie.
Por ejemplo, un refinado conde francés, Boni de Castellane se casó con una norteamericana rica, Anna Gould, pero el conde, acostumbrado a un dispendio descontrolado, como la construcción de un espléndido palacio rosa en el centro de París, quiso seguir con su irresponsable vida de aristócrata. Pero cuando la esposa, percatándose de que se quedaba sin patrimonio en un abrir y cerrar de ojos, se divorció de él, el conde murió en la miseria, no sin antes escribir L'art d'être pauvre. Lo cuenta Philipp Blom en El vértigo de los días.
En Rusia, tras la emancipación de los siervos en 1861, las tierras se quedaron sin manos que las trabajasen y la aristocracia se fue desintegrando por su incapacidad para adaptarse a la nueva vida burguesa. Fueron excepciones muy raras los que aprendieron a cultivar y a producir para el mercado, lo más normal fue ir vendiendo poco a poco sus posesiones hasta hacer de su ruina el último signo de ostentación.
"Si se me permite utilizar un ejemplo doméstico, en la vida el cambio puede detectarse en el carácter de la cocinera. La cocinera victoriana vivía como un Leviatán en las profundidades, formidable, callada, oscura, inescrutable; en cambio, la cocinera de la época georgiana es una criatura solar y gusta del aire fresco: entra y sale del salón, ero no para tomar prestado el Daily Herald, sino para pedir consejo acerca de un sombrero. ¿Se necesita un ejemplo más solemne del poder de la especie humana para transformarse? (...) Todas las relaciones humanas han cambiado..., las relaciones entre amos y sirvientes, entre maridos y esposas, entre padres e hijos. Y cuando las relaciones humanas cambian, se produce a la vez un cambio en la religión, en e comportamiento, en la política y en la literatura". (Virginia Woolf situaba ese cambio en 1910, la fecha en que se sitúa la serie) .

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