Es una película dura, me ha recordado La pianista de Haneke, Natalie Portman reviviendo las escenas de Isabelle Huppert. Nina (Natalie Portman) que vive con su madre, una bailarina que dejó la danza por la maternidad y que lleva muy mal su soledad y sus derrotas, se recluye en sí misma y en el dolor y la violencia, primero para conseguir el papel, después para alcanzar la perfección. Enfrente tendrá a su madre que no quiere ver cómo se destruye, a sus competidoras, pero sobre todo a sí misma, pues carece de las experiencias vitales necesarias para comprender qué es lo que tiene que representar como cisne negro. Por ello, tendrá que adelantar en su cuerpo infantil el desgaste y la acumulación que es el trasiego del cuerpo a lo largo de los años. Esas vivencias las hace en muy poco tiempo, durante la preparación y los ensayos antes de la representación. Consecuencias: agotamiento nervioso, confusión mental, trastorno. Llegará a la perfección, pero a costa de profundos cambios en su cuerpo y en su psique.
Natalie Portman es un portento, una maravilla ver cómo su rostro va pasando poco a poco de la inocencia al alboroto y de éste a la serenidad que se alcanza en la cima, pero sobre su propia ruina. El placer para la protagonista, como para el espectador, es el que se obtiene del morbo romántico, el de la autodestrucción. Portman aporta credibilidad a un recorrido tan devastador. Sin Portman y sin Aronofsky, el director, el sufrimiento trágico que es el tema de la peli, se habría convertido en irrisión. Porque la película no es sólo la interpretación, también es el compás y el metrónomo de un Darren Aronofsky que va modulando los cambios, que va traspasando las fronteras del blanco al negro hasta la cima y la oscuridad. La pasión de Nina es tan extremada, tan llevada al límite que a veces es difícil distinguir entre el durísimo entrenamiento y el trastorno psíquico. El virtuosismo del director consiste en hacernos creer que aquello tiene sentido y que el objetivo final puede merecer la pena, que la sociedad aplaudirá y el espectador puede entender de qué va la cosa, es decir, que es verosímil. La atención está atrapada a lo largo de los 103 minutos, pero hay momentos en los que hay que apartar la vista y dejar escapar un suspiro de angustia o de alivio, por lo menos eso me ha pasado a mí.
3 comentarios:
Realmente maravillosa.
Para mí la mejor escena...cuando por fin se convierte en el cisne negro, metamorfosis conseguida¡!
Petó
Sólo me quedó una duda al verla. ¿Se trataba de un caso psiquiátrico o era la entrega al triunfo llevada a la locura? ¿Cuál es la diferencia?
Cómo le dije a mi hija, es ver como la obsesión a la perfección nos lleva a la autodestrucción, es lo que me quedó de la película.
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