martes, 16 de noviembre de 2010
Tesoros del Museo Arqueológico Nacional
Los museos arqueológicos se nutrieron de la rapiña de los imperios coloniales. Antiguas civilizaciones sumidas en secular decadencia revivieron brevemente como objeto de deseo.
Napoleón en su conquista de Egipto llevó con él a eruditos, dibujantes y salteadores de tumbas para traerse a Francia lo que las arenas del desierto habían preservado. Con su La descripción de Egipto abrió las fauces de los cazadores de tesoros. Tras él, Gran Bretaña y todo aquel país que se tuviese en alta estima reivindicó un pedazo de África o de Asia para traérselo a trozos a la Metrópoli.
Así surgieron esos depósitos de fragmentos que son los museos de antigüedades. Algunos países fueron metódicos en la rapiña: Mariette y sus sarcófagos del Louvre; el museo Británico y los mármoles de Elgin: los frisos del Partenon; los museos de Berlin y Bismark: el Altar de Zeus de Pérgamo, La puerta de Isthar de Babilonia o la puerta del mercado de Mileto, desmontadas y vueltas a montar pieza a pieza. Otros países no fueron tan sistemáticos y tuvieron que conformarse con los restos.
El Museo Arqueológico de Madrid se remoza. Ha comprendido que el éxito no está tanto en el valor acreditado por los especialistas de sus piezas como en el número de visitantes. Es probable que cuente con un ramillete de joyas, pero si no las engarza y abrillanta se quedará a los pies del Prado del Reina Sofía o del Thyssen y apenas un puñado de cultillos visitará su sede de Serrano.
Mientras se acaba la obra de remodelación, presenta ahora en un ala del edificio sus mejores joyas en una exposición titulada, Tesoros del Museo Arqueológico Nacional. Es un atracón de historia y arte en un espacio exiguo, pero algunas obras maravillan.
El Crucifijo de don Fernando y doña Sancha, de comienzos del siglo XI; la Batalla de Gaugamela, como la anterior en marfil, del siglo XVIII; La Gran Dama Oferente, siglo III o II a.C; La Dama de Baza, del siglo IV AC; La Bicha de Balazote del siglo VI AC, escultura ibérica como las anteriores; el enterramiento argárico en tinaja; el orante de Gudea; las piezas de cerámica griega o los sarcófagos egipcios.
Mientras paso por delante de estas piezas, pienso en una escenografía diferente, que haga lucir a cada una de ellas. Una sala donde la Dama de Elche aparezca en su contexto histórico, con sus iguales ibéricas, donde aparezca su verdadero valor por contraste. Ahora, en el totum revolutum que es esta sala, el valor de cada pieza se disuelve entre períodos históricos tan diversos, entre estilos artísticos tan diferentes.
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