lunes, 8 de noviembre de 2010

La humillación

¿De qué humillación habla Philip Roth cuando con ese título presenta su última novela publicada en España? ¿De la impotencia del actor Simon Axler cuando sube al escenario y, por vez primera, se queda atrancado, sin fuerza, sin talento, sin seguridad para seguir interpretando? Ha sido un gran actor el más grande, pero ya no lo es, como actor está muerto. Tiene que ser internado en una institución psiquiátrica. Ahí conoce a una mujer Sybil que acaba de vivir, según le cuenta, una experiencia traumática. Al volver del súper un día, antes de tiempo, encontró a su segundo marido de rodillas ante su hija, con la falda levantada. Sybil le dice a Simon que necesitaría un hombre como él, capaz de descerrajarle un par de tiros a aquel individuo por una ofensa tan grande.

Simon se refugia en su casa rural de Nueva York. Fantasea sobre el suicidio, todos esos grandes personajes del teatro que han acabado con su vida. Innumerables. Hedda, Julia, Fedra, Yocasta, Willy Loman, Joe Keller, Ofelia, Otelo, Casio y Bruto, Goneril, Antonio y Cleopatra, Ivanov, Konstantin, Romeo y Julieta, Ayax. Las luces están apagadas, pero la vida nos sigue dando oportunidades, una detrás de otra. Así que un día una mujer, la hija de unos antiguos amigos actores, se presenta en su casa. La conoció cuando aún mamaba del pecho de su madre y algunos años después, cuando aún era una niña. Ahora tiene cuarenta y Simon sesenta y cinco. Sin demasiados trámites se ponen a vivir juntos y ante sí se despliega de nuevo una autopista que se pierde en el horizonte.

El reto que se presenta es formidable. Pegeen es una lesbiana que acaba de romper con su pareja porque, sin consultarle, esta se acaba de hacer una operación de cambio de sexo. Es verdad, Simon tiene un grave problema de espalda, pero la experiencia proporciona la técnica adecuada para salir del paso en la cama. Están los padres de ella, que no acaban de verlo claro, pero una conversación directa entre adultos puede arreglarlo todo y, en última instancia, la relación que inicia con Pegeen es una decisión de adultos racionales. Experimentar, cualquier edad es buena para ello. Pegeen trae de su casa sus juguetes sexuales, los que utilizaba en su anterior rol, un arnés, un consolador. Para escapar de su anterior relación, Pegeen había solicitado y obtenido un puesto de profesora en una universidad femenina de Vermont. Simon transforma a Peggen, tiene dinero, todo el que necesitan. Ropa en el SoHo, zapatos Prada, un corte de pelo moderno, irresistible. Los retos se van multiplicando. Pueden fantasear con una estudiante del campus, jugar con ella, interponerla entre los dos, disfrutar sin límite. Louise Renner es la decana de la universidad donde Pegeen ha conseguido trabajo. Una rubia vikinga. No acepta ser abandonada, después de que le hayan utilizado, aunque sea por un famoso actor. Celos. Telefonea, persigue, presiona a Pegeen, a sus padres, a Simon. Un día merodea por la casa de Simon. Charlan, ambos exhiben su fuerza y su debilidad. Simon la invita a entrar. Louise se derrumba, le alerta de la derrota y de la humillación que le espera. Ella se va llorando, Simon no alcanza a comprender. Un día conocen a una joven en la barra de un bar. Tracy. Cuando se la llevan a casa para jugar con ella está medio borracha y cuando la devuelven al parking donde tiene su vehículo aún sigue aturdida.

En el periódico encuentran una noticia. Sybil, aquella muchacha que conoció en el psiquiátrico, ha reunido fuerzas y ella misma ha descerrajado dos tiros a su ex segundo marido. Simon cree que todo es posible. Voluntad. Acude a una especialista para que le aclare las implicaciones genéticas en la concepción de un niño en el caso de un hombre mayor. Tiene sus riesgos, pero Simon está dispuesto a tener un hijo con Pegeen. Esto es el final, le dice Pegeen a Simon durante el desayuno. - ¿Qué? - ¿Que se ha acabado nuestra relación. No hay más explicación. La relación se ha terminado. Simon se esconde, se revuelve, telefonea, busca culpables. Se suicida.

¿De qué humillación habla aquí Philip Roth? ¿De la que le inflige Pegeen o de la que le inflige la vida, de la impotencia ante el deseo o de la impotencia ante la muerte que acecha? Pero, ¿no son esos postreros impulsos eróticos la última línea de resistencia frente a la muerte? Todos los temas enunciados interesan, están vivos; no son muy diferentes, sin embargo, de los que aparecen en sus últimas novelas. Una variación más, pero demasiado breve, sin desarrollar. Demasiados personajes, demasiadas tramas para que puedan caber en estas ciento cincuenta y cinco páginas del libro, en las que el lector va deslizándose a gran velocidad como en un slalom, sin tiempo para profundizar en cada una de las historias que se esbozan pero que no acaban de cuajar. Habrá que esperar a Nemesis, recién publicada en Estados Unidos, a la que la crítica vuelve a elogiar.