jueves, 4 de noviembre de 2010

Fellini en el Caixaforum


El Caixaforum, que acertó con la expo que dedicara a Charles Chaplin -¿cómo integrar un arte que se funda en la mezcla de acción, música e interpretación en un lugar estático como es la superficie de las salas de exposición?-, lo intenta de nuevo con otra dedicada a Federico Fellini. Es posible que Fellini no llegara a la cumbre donde se encuentran Chaplin y D. W. Griffith, pero rodó algunas de las más creativas películas de la segunda mitad del siglo XX: Ocho y medio, La dolce vita, Roma o Amarcord. Pocos como él lograron reflejar -y al tiempo excitar- la imaginación del hombre europeo durante tres décadas, entre los cincuenta y setenta.


Su cine es como un gran collage de esa época, tomando imágenes, rostros, paisajes, personajes más o menos al azar, ("Pongo un pequeño anuncio en los periódicos con más o menos el siguiente texto: "Federico Fellini recibirá a todos aquellos que quieran verle. Acuden todos los locos de Roma, y la policía con ellos"), como al mismo tiempo estaban haciendo los artistas del pop art, pero llegando de verdad al corazón de la gente que acudía a ver sus películas. A veces provocaba deliberadamente la confusión entre realidad y ficción, por ejemplo, como cuando hizo que Anita Ekberg repitiese en La dolce vita la escena de la Fontana de Trevi que antes habían captado y hecho circular los paparazzi o cuando reprodujo aquella otra escena sacada de la realidad, la imagen de un Cristo colgado de un helicóptero que sobrevolaba la ciudad.

 

La exposición está llena de imágenes fijas -fotos, carteles, recortes, textos- y en movimiento -fragmentos de sus películas que aparecen en gran formato o en pequeñas pantallas. Al desdeñar un orden cronológico o fílmico, la muestra resulta en exceso abigarrada, tantas cosas distraen, quizá le falte un hilo conductor, interpretativo, de una tan exhuberante personalidad. Por el contrario, se centra en los temas del universo Fellini: la cultura popular, los rodajes, las mujeres, los recuerdos infantiles o los sueños que aparecen en sus películas.


Aún así se van viendo capítulos del mundo Fellini, como la relación con su actor favorito, Marcelo Mastroiani, en el que Fellini parece desdoblarse; la obsesión de las mujeres, como el tema principal de su obra; la comicidad que rodea a la religión; o el mundo del cine como centro de atención en los mass media. Muchas de las imágenes de Fellini han quedado como iconos de una época y eso habla de la grandeza de un director.
Su forma de trabajar era desordenada, pero creativa: "Al principio de cada una de mis películas, la mayor parte del tiempo la paso en mi mesa de trabajo, pintarrajeando nalgas y pechos. Es mi forma de empezar el filme, de descifrarlo mediante estos garabatos […]. Después, estos bosquejos, estos pequeños apuntes, pasan a manos de mis colaboradores".
 
Yo me quedo con la genial secuencia de Las tentaciones del doctor Antonio (1962) en la que Anita Ekberg aparece tumbada en una gigantesca valla publicitaria, con un escote muy generoso, como reclamo para el consumo de leche: “Bevete piu latte, il latte fa bene, il latte conviene, a tutta l’eta”. Divertidísima.


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