Es verdad que el comienzo fue frío y falto de electricidad, que los músicos parecían desganados como si la pasión romántica de Chaikovski les pillara a trasmano, que Arcadi Volodos no acaba de conectar con la orquesta, que está más cómodo cuando se queda sólo frente a la partitura, pero lo de ayer fue un concierto que no estaba programado. Las toses y los carraspeos son habituales en este tipo de eventos, algo menos el lento desenrrollar de los caramelos. Si a eso se añade lo que una señora sorda tuviera que decirle al oído a su compañera de butaca, el revoloteo continuo de las hojas del programa de mano, los murmullos de avispero entre movimiento y movimiento que terminaban in crescendo en furiosos carraspeos de bisonte enloquecido que impedían cualquier intento de oír el comienzo del siguiente movimiento y, yo diría, que hasta la explosión de una pompa de chicle en medio de un pianísimo, es lógico preguntarse, ¿a qué va toda esa gente a un concierto? ¿No saben que existen métodos no dañinos para enjuagarse la garganta?, ¿desconocen que hay un pasillo que conduce a la puerta de salida? ¿Falta de educación musical o falta de educación tout simplement? Eso sí, al final, aplausos a rabiar, incontenibles, largos, agresivos, como un aluvión de piedras que crece en una ladera, ¿por qué aplaude toda esa gente, acaso han oído el concierto para piano y orquesta nº1 de Chaikovski?
Sólo en el andantino del 2º movimiento, cuando Arcadi Volodos se quedó a solas con los solistas de la orquesta pudo conectar con ellos y trenzar un delicadísimo encaje entre piano, flauta y cuerdas. Casi no había acabado cuando una tormenta llegó de improviso, el berrido general de la platea disolvió los ecos del breve lirismo que había conseguido el pianista.
La ejecución de la sinfonía fantástica de Berlioz, en la segunda parte, fue intrascendente.
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