jueves, 28 de octubre de 2010

Las piedades de Miguel Ángel


La obra de Miguel Ángel no fue comprendida en su tiempo. De Florencia a Bolonia, de Roma a Florencia, de nuevo, y otra vez a Roma fue de fracaso en fracaso. Formado primero como pintor, los encargos se le hacían como escultor, y las obras terminadas, como el genial Baco para el Cardenal Riario o el grupo escultórico para la tumba de Julio II, no se aceptaban, y terminó siendo el enorme pintor de la Capilla Sixtina, aunque dedicara su mayor esfuerzo al trabajo en mármol hasta su último suspiro.


Miguel Ángel realizó a lo largo de su vida múltiples composiciones en torno a la piedad, tanto en pintura como en escultura, un tema no especialmente italiano, más bien nórdico, no documentado literariamente, aunque sí iconográficamente. Las obras de Boticcelli, Giotto y otros pudieron estar presentes en su imaginación cuando concibió la Piedad del Vaticano, encargada por un cardenal, Jean Bilhères, embajador de Francia.

Salta a la vista que entre la Piedad del Vaticano (1499) y la Piedad del Duomo de Florencia (1550) transcurre un mundo. Entre el sereno clasicismo de la primera y el dramatismo ante la muerte de Cristo de la segunda algo importante había sucedido. ¿Qué había pasado en esos cincuenta años? El escultor había visto cómo Europa dejaba de ser el centro del universo, tras el descubrimiento de América, cómo el cristianismo se desgarraba en dos, tras la aparición del luteranismo, cómo la Iglesia no representaba nada para el emperador Carlos que permitió el saqueo de Roma, en 1527.

Si desde el principio Miguel Ángel no quiso ser un artista científico, como Leonardo, en sus obras muestra la realidad de la manera más verosímil, por ejemplo en el Baco, pero también en ese rostro angelical de la virgen de la Piedad del Vaticano, que si es joven lo es por ser pura y casta, más que su hijo, que al padecer como un hombre parece mayor que ella.


En la Piedad del Duomo Miguel Ángel esculpe una piedad que nadie le ha encargado, una obra personal, a su manera, que concibe para su propia tumba, que quiere que sea en Santa María la Mayor, en Roma, pero que sin embargo, gracias a una singular peripecia -un sobrino suyo roba el cadáver y lo transporta escondido hasta Florencia-, será enterrado en la Santa Croce de su ciudad natal. Miguel Ángel concibe esta piedad de forma tan personal que se retrata a sí mismo en el personaje que sostiene al Cristo yacente.


La última de sus piedades es la llamada Piedad Rondanini (1564), una obra que durante mucho tiempo estuvo abandonada en un patio romano hasta que fue comprada y restaurada por el ayuntamiento milanés en 1952. Trabaja en ella hasta que no puede sostener el martillo y el cincel, pocos días antes de morir. Es su testamento espiritual y material. Va rebajando el mármol en un intento para que los cuerpos sólos de Cristo y María se vayan fundiendo en uno. Joan Sureda en el Nacional Colegio de San Gregorio.

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¡Este es mi post númeo 1001 en este blog!

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