Los nombres, la jerga, los decorados, la música, son actuales, pero el molde es clásico. Un joven que aún está en la universidad tiene una idea, se asocia con un amigo para desarrollarla y de golpe, casi de modo inesperado - The Accidental Billionaires, de Ben Mezrich, es el libro en el que el guión de esta película se basa-, se hacen ricos, multimillonarios. La idea es brillante y nace en el lugar -Harvard- y el momento adecuados. Muchos la tienen al mismo tiempo, como ha sucedido tantas otras veces cuando la tecnología ha respondido a una necesidad. Para convertir la idea en triunfo hace falta contactos, marketing, dinero. Tras el mcguffin, el argumento, jóvenes que comienzan, tiburones al acecho, fracasados que creen que la idea les pertenece y se la han robado, amistades rotas cuando el éxito aparece y les ciega. Añadamos la dificultad del protagonista, tan apropiada, para relacionarse con los demás, en especial con las chicas.
El cine y la literatura lo han abordado muchas veces. David Fincher -El club de la lucha- no hace otra cosa que actualizarlo.
La red social cuenta la historia, casi en vivo y en directo, de la fundación de Facebook por un joven imberbe que capta la dirección del viento y no hace más que aplicar lo que sabe, crear código, para hacer fácil lo que las gentes de su edad ya están haciendo, buscarse, conocerse, quedar, ligar, relacionarse. Facebook aparece en el momento justo, al igual que otras páginas de Internet, sólo que es Mark Zuckerberg quien acierta. Su página es la mejor publicitada, la que atrae primero a los jóvenes universitarios -¡de Harvard!- y se multiplica a la velocidad de Internet por los campus universitarios primero y luego por todo el mundo, y los tiburones financieros apuestan por él. Ya forma parte de la historia económica, uno más de los peldaños de la duplicación digital del mundo real. Ese es pues el contexto de la historia. Pero para el cine lo prioritario es otra cosa, la emoción. Buenos, malos, arribistas, ingenuos, excéntricos, buscavidas y el perfil personal de Mark Zuckerberg, la traición al amigo con quien fundó la empresa, la aparición de un par de gemelos que dicen haber sido robados y del creador de Napster, que atisba dinero, mucho dinero y le pone en contacto con la cima del mundo en la costa oeste, allí donde está los inversores y la vida se vive en presente. Demandas judiciales, abogados y algunas chicas. Como en el cine clásico a las mujeres se les reservan papeles de acompañamiento.
La película está bien contada, bien medida, avanza a golpe de interrogatorios de los abogados de la defensa y la acusación, con flashbacks que apenas se notan que lo son, que van aclarando la historia, perfilando caracteres, señalando los hitos de esta historia de chicos listos, malos o ingenuos. El espectador disfruta tanto que teme que la peli se acabe demasiado pronto.
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