Un águila caída en la cuneta, patas arriba, con el plumaje al viento, una serpiente enroscada en el centro de la carretera a pocos segundos de que las ruedas de un camión crujan sobre ella, el cadáver de un zorro secándose al sol, nubes de avispas alborotadas y agresivas que se meten entre la ropa y clavan su aguijón, hormigas con alas, arrastradas por el viento, que chocan y ciegan los ojos, entran por la boca o la nariz, moscardones que golpean con furia en la mejilla. ¿Pero qué está pasando? Pasear con la bici en campo abierto estos días es tropezar con la naturaleza alborotada, como si estuviese de mudanza. ¿Acaso se anuncian tiempos de cambio? ¿Habrá que subir al templo de Júpiter y consultar los textos sagrados de la Sibila para encontrar remedio contra el mal augurio? No, simplemente, comienza el otoño y los insectos se mueven, las aves emigran, los animales se preparan para hibernar, los árboles revientan de fruta y amarillean listos para sumergirse en la estación fría.
Un autocar de excursionistas atraído por lo quesos de Cantabria con denominación de origen, queso Picón, con recientes reportajes laudatorios en la tele, una buena compra, una buena venta, abundante, olorosa. A punto para el banquete, tras el largo viaje, una profusión de lombrices blancas, zigzagueantes, salta sobre la encimera de la cocina. ¿Es acaso este queso imitación del famoso queso agusanado, el casu marzu (queso podrido) de Cerdeña? No, contaminación sin más por larvas de la mosca del queso en el proceso de fabricación. Antiguamente éste era un queso que se servía con las larvas incluidas, ahora las autoridades sanitarias no lo permiten.
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