miércoles, 13 de octubre de 2010

El canal de Castilla en otoño


El canal de Castilla fue un proyecto de los ilustrados del XVIII, de influencia francesa, con el Marqués de la Ensenada al frente, que también promovió el canal imperial de Aragón. El objetivo era ambicioso, unir el Cantábrico con Madrid mediante un canal que se nutriese de las aguas del Pisuerga y del Carrión,  intentando reproducir el éxito que los canales habían tenido en la Europa de los inicios de la revolución industrial. La realización fue, sin embargo, más modesta; el trazado comenzó en Alar del Rey y terminó dividiéndose en dos ramales, el que acaba en Medina de Rioseco y el de Valladolid. Durante un tiempo sirvió para llevar el grano de Castilla al norte, pero la llegada del ferrocarril lo hizo lento y poco rentable, por lo que se desvió el uso hacia canalizaciones de regadío, molinos harineros y batanes y más recientemente hacia un renqueante turismo.


Esta es la mejor época para acercarse a la dársena de Medina de Rioseco y hacer un viaje -los hay de una, dos y tres horas, salvando una o dos esclusas- mediante un pequeño barco por el canal, bajo la enramada amarillenta de la chopera que lo escolta a lo largo del paseo.


El otoño se muestra en un inusitado esplendor; la luz del atardecer, que se filtra por la hojarasca de los chopos, se refleja en fugaces ocres y dorados, y en los marfiles y azules que llegan del cielo a medias nublado, sobre la huidiza superficie del agua. Entre los huecos que dejan los árboles, a la vuelta, se ven, a contraluz, los contornos de las iglesias de Santiago y Santa María de Medina de Rioseco y el paisaje de Tierra de Campos que, con sus verdes y amarillos, sus aisladas arboledas y algún que otro paseante solitario, parecen sacados de un cuadro de la escuela de Barbizon.

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