domingo, 10 de octubre de 2010

Biempensantes

Me ha resultado útil someter a los intelectuales, del pasado y del presente, que he frecuentado, a una suerte de barómetro de honradez y valentía, cuál era su trato con el nacionalismo, cómo soportaban la presión. ¿Partidarios, indiferentes, mudos? De acuerdo con la medida he podido predecir el valor de su trabajo profesional. Muchos franquistas cuando bajó la presión se hicieron rápidamente demócratas o socialistas. En la Cataluña de estas décadas la mayoría ha sucumbido o ha participado en la creación de la atmósfera de pensamiento y sentimiento único. Historiadores, sociólogos, filósofos, antropólogos, lingüistas han creado esa atmósfera totalitaria -algunos en sus manifestaciones de palabra o de hecho se comportan como falangistas- o la han disculpado o han consentido. Estudiar sus reacciones me ha servido para no perder el tiempo con los farragosos discursos, libros o entrevistas de su especialidad, contaminados por su cobardía, su inconsistencia o por una retórica biempensante construida para disfrazar la verdad. 

Ahora han vuelto a la carga con un llamado Manifiesto contra la criminalización de los movimientos sociales, en el que 100 de ellos se quejan de que los medios cuenten lo que sucedió en las calles de Barcelona el pasado 29 de septiembre, día de la huelga general. 
No sólo disculpan el vandalismo de los que se dicen "antisistema", sino que exigen que se les escuche como representantes de los oprimidos de este mundo. Se quejan de que al informar sobre lo que sucedió -tiendas saqueadas, contenedores incendiados, coches de la policía asaltados- se les criminaliza y se desvía
la atención ciudadana de los conflictos reales en los que estamos inmersos más que nunca en nuestra sociedad: el paro, la pobreza, la exclusión social, la desigualdad creciente entre grupos, el recorte constante de los derechos sociales, el debilitamiento de las reivindicaciones del movimiento obrero organizado, el racismo y la xenofobia, la corrupción política y su impunidad, la violencia contra las mujeres, la dureza y la severidad del control penal contra los más vulnerables, el índice creciente de encarcelamientos, detenciones, sanciones.
A muchos de ellos los he tenido como profesores, en una etapa de tedio y frustración -el paso por la universidad-, no han utilizado los medios de que disponían para hacer el trabajo que de ellos se esperaba sino al contrario han contribuido a crear la atmósfera de odio y discriminación que el nacionalismo ha generado en las últimas décadas, pero ya ha pasado su tiempo y no creo que aparezcan ni como nota a pie de página cuando alguien cuente la historia de esta época.

Por contra, se está reivindicando -ya era hora- a algunos intelectuales que como islotes resistieron y soportaron el dominio de los biempensantes. Raymond Aron, por ejemplo, o Vargas Llosa tuvieron que atravesar el desierto en solitario, soportar los insultos que les dedicaban por no apoyar un pensamiento inútil o dañino o mentiroso, sólo útil para el dominio de ideologías totalitarias que causaron millones de muertos o décadas de opresión y aburrimiento para otros tantos millones.

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