Habla John Le Carré, cerca de los 80 -
"Ya soy una persona mayor"-, con una vida detrás, con menos deudas y prejuicios. Dice cosas interesantes, sabias, se le puede escuchar. Habla esde Berna:
En este mismo salón, se celebraba los sábados por la tarde un baile cuando llegué en 1949 a la somnolienta Berna escapando de Inglaterra para estudiar alemán. Pagabas tres francos y podías escoger a una chica con la que bailar bajo la atenta mirada de su madre.
He sido huérfano, interno en el Gulag de la enseñanza británica, cristiano fallido, desgraciado, virgen durante demasiado tiempo, marido precoz, espía niñato que buscaba su identidad en la pertenencia a las instituciones del servicio secreto, amante desesperado con aventuras continuas y bastante idiotas. Supongo que maduré demasiado tarde.
Un escritor solo tiene un enigma y es su propia vida.
Cuando fui a Alemania por primera vez a finales de los cuarenta aun olía a muerte. No entendía cómo habían sido capaces. Luego, ya de mayor, me di cuenta de cada país tiene su barbarie. Y que la barbarie no es un atributo solo de los hombres poderosos. Es consecuencia de la mediocridad. Gente normal haciendo cosas horribles.
En todos los países hay un cierto matrimonio entre el crimen y la inteligencia, en Rusia el matrimonio es completo. Rusia es un estado criminal. Fueron de los zares blancos a los zares rojos y ahora están bajo los zares grises. Es una nación sin ninguna experiencia democrática. Sospechan de ella. Hay dos cosas que unen a los rusos; aman su país, siempre que pasan dos semanas fuera lo añoran terriblemente, y les aterroriza el caos. En nombre del patriotismo puedes conseguir mucho si eres un político. No digamos ya del miedo al caos. El truco para gobernar un gran país es convertirlo en víctima. Ya sea con ocasión de las Torres Gemelas o la amenaza chechena. Inventamos los enemigos que necesitamos.
A diferencia de los europeos, los americanos piensan que una guerra sirve para algo. Y francamente, no lo entiendo, porque esos tipos han perdido (o no han ganado) todas las guerras en las que se han metido. La Segunda Guerra Mundial la ganaron los soviéticos, con el coste de treinta millones de vidas, no ganaron la de Corea, ni Vietnam. De Irak se han ido con el trabajo sin terminar y no ganarán la de Afganistán.
Mussolini definió el fascismo como ese momento en el que no hay diferencia entre el poder político y el empresarial. Se olvidó del poder mediático, porque en aquellos tiempos se daba por supuesto.
Mi limitada experiencia sobre conspiraciones, que ya ha cumplido los cincuenta años [desde que abandonó el servicio secreto], es que si usted y yo conspiramos, uno de los dos se lo contará a su novia, el otro se dejará una maleta olvidada en el metro y ambos olvidaremos sincronizar nuestros relojes.
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