viernes, 20 de agosto de 2010
Canadá V
La ciudad de Quebec está construida sobre una roca dura de color gris y vetas blancas desde la que se impone al enorme río San Lorenzo, cuyas aguas se deslizan mansamente desde el lago Ontario hasta encontrar el océano. Sobre la roca, un castillo construido a finales del XIX por la compañía del ferrocarril y el parlamento provincial se yerguen con añejas arquitecturas europeas.
La muralla de un fuerte ciñe la vieja ciudad y habla como en cualquier ciudad europea de batallas, honores, fundadores y reyes. Los franceses la fundaron, los ingleses los derrotaron y expulsaron, y más tarde, en la segunda mitad del siglo XX, los quebequeses de origen francés tomaron conciencia de su diferencia y ordenaron que toda vida se expresase en francés. Vino De Gaulle y gritó: Vive le Québec libre!
El turista visita Quebec como si estuviera en cualquier ciudad de Francia, con el aroma de los pequeños restaurantes, el silencio de las iglesias vacías, el bullicio del atardecer, un encanto apenas roto por el trasiego bamboleante y sonoro de los grupos de familias norteamericanas que buscan los clones de sus hoteles, de sus restaurantes y de sus avenidas.
Hasta en las murallas que fabricó la armada inglesa desentierran los quebequeses el palimpsesto de las anteriores murallas francesas y las encofran una vez rescatadas como apreciable tesoro de antigüedad.
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