Por eso del cine se habla en pasado, con melancolía. A medida que nos alejamos del núcleo de creatividad que produjo las grandes películas, la realidad se deforma y aparecen las leyendas, la de las estrellas del celuloide, la de los rodajes, la de los grandes productores y directores. En muchos aspectos son más interesantes las historias que rodean a esos personajes que las películas que produjeron, aunque muchas de las historias que se cuentan sean falsas, cosa que no importa demasiado porque el cine estaba construido sobre mentiras de cuyo halo emanaba a veces una verdad universal.
Las leyendas abarcan a dioses menores, en esta nuestra época que se conforma con deificar a personajes sin lustre, tocados por el lejano resplandor. Es el caso del recientemente fallecido Dennis Hopper, famoso por una peli, Easy Rider, al que los cronistas, con ocasión de su reciente muerte, han subido a una nube en la que nunca estuvo. Este hombre, al que el periódico de referencia en español calificaba de rebelde, actor y director, o del que decía con una prosa que ya sólo se encuentra en las necrológicas,
Dennis Hopper, actor gigante de naturaleza rebelde, quien esquivó su propio apocalipsis para resurgir de sus cenizas tras años de excesos que arrancaron tras su ascensión a los cielos de Hollywood con su obra magna Easy Rider,si se presta atención a quien lo conoció no deja de ser un hombre de a pie, muy lejos del canon en el que se le ha querido convertir.
James Slater, guionista en los sesenta y setenta y escritor, lo conoció cuando buscaba un actor para que hiciese en una película el personaje de Reinhard Heydrich, aquel famoso oficial de las SS del que se decía que era judío. Esto es lo que dice Slater de Dennis Hopper:
"Viaje a Taos para intentar que un actor llamado Dennis Hopper se interesase en el papel. Estaba tan embriagado de sí mismo que me ahuyentó. Lo escuché mientras, ya entrada la noche, con un sombrero vaquero, ofrecía a su novia un resumen irreconocible de la historia mundial. El hecho de que se paseara de un lado al otro armado, temiendo por su vida no se sabe por qué, no me pareció alentador. Con toda probabilidad el público habría pasado por alto Heydrich si se hubiera producido".
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