domingo, 6 de junio de 2010

Del amor a la patria a la aniquilación del enemigo


En 1807 Fichte señaló a la patria, en sus Discursos a la nación alemana, como el auténtico sujeto de la libertad que el romanticismo reclamaba. El primer romanticismo había sido una exaltación del individuo como encarnación de la libertad, que era el contenido principal de la vida. Con Fichte ese individuo que se manifestaba mediante la energía, el espíritu, la cultura, era ahora el pueblo, la nación. La educación tendrá como finalidad hacer de cada individuo un buen miembro del pueblo. Así desaparece el rasgo cosmopolita, universalista del primer romanticismo.

Napoleón había sido para aquellos románticos primeros la encarnación de la libertad que barría la vieja Europa. "Es de hecho una sensación prodigiosa ver un individuo así, a un individuo que, montado a caballo, se apodera del mundo y lo domina", había escrito Hegel.
Tras la derrota de Prusia en Auerstädt, en un acto religioso, el 28 de marzo de 1813, aquellos mismos románticos que habían visto en él al sujeto trascendental de la historia, se vistieron de uniforme y le declararon la guerra en Berlín. Es la fecha en que comienza el romanticismo político, cuando los escritores se sintieron imbuidos de una misión sagrada, el compromiso político con el pueblo. El antiguo individuo que representaba la revolución, Napoleón, se convierte entonces en el objeto de su odio y con él también la nación francesa y el racionalismo que de ella venía a través de la ilustración. Aparece un odio nuevo en la historia, el odio a otras naciones, a los hombres vecinos.

En el odio a Napoleón y a los franceses, Alexander von Kleist dice que no hay que buscar la razón. Se trata tan sólo de intensidad, tanto mayor cuanto la razón no busque explicaciones. El odio es como el amor, un éxtasis de la entrega. "¡Mátalo! El juicio del mundo, /no mires a la razón del asunto", escribe refiriéndose a Napoleón en la oda "Germania a sus hijos" o, refiriéndose a los francos que vienen, "Al Rin un dique levantadle / con sus cadáveres en masa".

Heine previno contra un nacionalismo que luchaba por la libertad de Alemania, pero no por la libertad de los alemanes. Y también afirmó que tras el nacionalismo llegaría el antisemitismo:
"El que se come a los franceses, normalmente se come después a un judío, para tener un buen sabor".

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