miércoles, 2 de junio de 2010

Decadencia de la ficción


Dice Paul Kennedy en un excelente artículo que Churchill "movilizó a la lengua inglesa y la envió al combate". Una frase ingeniosa con la que quiere alzar a los grandes hombres del pasado, los líderes de "la opaca y deshonesta década de los años treinta", frente a los escuálidos líderes actuales. Sin embargo la enorme estatura de los gigantes del pasado -Hitler, Stalin, Mussolini, Churchill-, construida en la edad de oro de la ficción, no pudo impedir que fracasaran en sus empeños. Hitler y su "Reich de los Mil Años" fue arrasado por fuerzas superiores a las suyas. Mussolini se derrumbó como un castillo de naipes. Stalin sobrevivió porque nadie le pidió cuentas por mandar a la muerte a millones de personas. El propio Churchill no pudo revertir la decadencia del Imperio Británico.
Lo había anunciado Marx, recuerda Kennedy, en su El 18 de Brumario de Luis Bonaparte: "Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen como les gustaría hacerla; no la hacen bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias ya existentes, dadas y transmitidas por el pasado".


Ahora, líderes que el tiempo todavía no ha puesto a hombros de la Tierra se enfrentan a circunstancias que un titán no podría superar. El impulsivo nuevo gobierno británico se enfrenta a déficits masivos, la inmigración incontrolada y a un confuso papel en la parada Europa. Putin, en Rusia, no puede acabar con el alcoholismo generalizado, la desintegración demográfica, el insoportable clima, las minorías indomeñables y un orden social sin incentivos. La maravillosa retórica de Obama no sirve para acabar con la crisis financiera y fiscal, próximas al colapso, ni ganar la guerra en Afganistán, ni poner orden en una sociedad que se le escapa de las manos. ¿Qué decir de los siete enanitos que no son capaces de despertar a la bella Europa?

No hablemos de la insoportable levedad de nuestro gobierno. Los aparatos de agit-prop siguen jugando con la estatura y el don de nuestros propios gigantes, que apenas alcanzan para encadenar predicados a un ego de barro, contando con que la masa sigue siendo informe y lerda. Pero los tiempos han cambiado. La masa ya no son los ratones de Hamelin lista para precipitarse por el barranco. ¿O sí?
Deberíamos renegar de nuestra patética obsesión con las personalidades políticas y burlarnos del sensacionalismo de los tabloides y de los talk-show por ser lo que son: un insulto a nuestra inteligencia.

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