lunes, 31 de mayo de 2010

Una señora vestida de negro


Me faltan los detalles, y eso en una historia es lo más importante porque es lo que la hace creíble, pero aún con el solo cañamazo no me resisto a contarla. Un día apareció por el colegio una señora vestida de negro, falda hasta la rodilla y pañuelo en la cabeza. Es difícil ver a alguien de esa guisa, pero en la España de adentro aún se puede ver algún caso. Estaba en los cincuenta, pero conservaba la belleza que muchas mujeres de esa edad se resisten a perder. No es la lozanía, los facciones tersas, la sonrisa vivaracha lo que las hace bellas, sino la elegancia en el desplazamiento, la contención del gesto, el moroso desarrollo de las frases que parecen dichas más que para retener la atención para mostrarte que se te tiene en cuenta, que no eres uno más que dilapida su tiempo. Alguno conocía la historia y comenzó a hablar. Era la viuda de un conocido abogado que acababa de despedirse de este mundo. Al parecer, se llevaban casi tres décadas. La mujer parecía entristecida. La historia venía de muy lejos. El abogado había estado muy enamorado de una chica de la ciudad, un largo noviazgo que no acabó en boda. El abogado permaneció soltero, no así la mujer que se casó y tuvo una hija. Aún así no se perdieron de vista, la ciudad no es inabarcable y casi todo el mundo está al tanto de sus convecinos. La hija cumplió años, conoció al abogado, un hilo de simpatía se tejió entre los dos y con el tiempo se casaron. Vivieron muchos años juntos, tuvieron un par de hijos hasta que no hace mucho el abogado prestando atención a las exigencias de la edad se despidió de su bella esposa. El que contaba la historia no sabía mucho más y aunque nos quedamos intrigados no pudimos reconstruirla por completo, sino tan sólo formular preguntas maliciosas y conjeturas fútiles.

Al cabo de unos días vino un hombre joven a hacer unas gestiones. Habló de pensiones, indemnizaciones, del dinero que a los deudos del abogado muerto podía corresponderles por sus largas aportaciones a la caja del colegio. Le preguntaron en nombre de quién hablaba. Mostró su tarjeta de visita, abogado también él. Dijo representar a la viuda. Cuando la puerta se cerró tras él hubo miradas interrogativas. Alguien que no había estado el día que conocimos a la viuda aclaró el asunto. Era un amigo del matrimonio, de la viuda y de su marido. Hacía mucho tiempo que se sabía. La mujer y él eran amantes. El abogado fallecido lo sabía.

1 comentario:

tu troll que no es un cotilla como usted dijo...

pero qué marujos sois, eh? (seguro que la historia no la conoce ni el 10% de los ciudadanos...)