martes, 13 de abril de 2010

Educando a la generación de la crisis


En una escena el abuelo acompaña a su nieta que conduce por primera vez uno de esos enormes Lincoln Continental de principios de los 60. Es la primera vez que la niña, de 9 o 10 años, coge el volante; se ve su cara de triunfo cuando el abuelo le permite llegar hasta los 40 km por hora, la velocidad permitida. En otra escena, pone en sus manos un enorme cuchillo pastelero para que corte su porción de pastel. En otra, el abuelo se presenta con una carpeta ante su hija embarazada con la intención de explicarle los detalles de cómo ha de realizarse la ceremonia de su funeral. La hija, inquieta, molesta, histérica, le dice que le deje en paz, que sabe que no le gusta hablar de esas cosas, que la deprimen. En otra más, el abuelo abre una caja de cartón donde guarda objetos del pasado, de su propia infancia, de su juventud, para entregárselos a su nieto como recuerdo, ante la mirada progresivamente inquisidora y reprobadora del yerno. Entre los objetos hay un morrión prusiano. Perteneció a un soldado germano al que dió muerte el abuelo, en su interior aún hay rastros de sangre seca. El abuelo explica la historia, le pone el casco al nieto, abuelo y nieto cruzan miradas de compinches. El yerno reprocha, arrebata el casco y se lo lleva. Escenas después, el abuelo muere. Tras la ceremonia del adiós, cuatro adultos, hijos y yernos, comentan, hacen bromas, ríen. Desde la habitación de al lado, casi en penumbra, la cámara muestra en escorzo a la nieta reclinada contemplando la escena. Vemos sus ojos, su pose, su mirada triste, vemos cómo se levanta, se acerca a los adultos, se enfurece, les recrimina su chanza, su falta de respeto por el muerto.

Son escenas de uno de los capítulos de la última temporada de Mad Men, recién pasados por Canal Plus. Escenas que hablan de tantas cosas que yo no podría hablar de todas ellas si no es mediante una extensa y detallada novela. Las diferencias generacionales: una generación que creció con la Primera Guerra Mundial, otra con la Segunda, una tercera que se afirmará en la rebelión del 68, con otra guerra de fondo, la de Vietnam. Las distintas formas de enfrentarse a los asuntos importantes, la educación, la muerte, la paternidad, el sexo. La mayor parte de lo que se dice no se dice con palabras, se muestra mediante la disposición de los personajes en la escena, mediante el punto de vista de la cámara, los sobrentendidos, la interpretación. Detrás de los guionistas, de los creadores de estas series, hay siglos de literatura y décadas de cine, conocen las técnicas, el lenguaje de una y del otro, pero también saben lo que ahora mismo nos preocupa, lo que nos atemoriza, lo que nos agobia, el secreto de nuestros sueños.

Los guionistas de las series americanas están formando a la generación de la crisis, a los jóvenes que reconstruirán el mundo después de los destrozos de esta guerra incruenta. Seguramente el debate moral, los dilemas a que nos enfrentamos, la expansión de las nuevas formas de vida está más presente ahí, en Mad Men, en The Wire, en Los Soprano, en Modern Family que en el seno de las discusiones familiares o en el currículo de las escuelas.
Me gustaría saber si en España sucede algo parecido, pero cada vez que me he puesto a ver un capítulo de una serie española la experiencia ha sido deprimente y para que la cosa funcione lo primero es atraer al espectador, entretenerlo después y más tarde formarlo. Además en algunas las series y en casi todos los programas de humor españoles hay un fondo infecto de lucha política cosa que no sucede con los americanos. La tele española necesita un gran revolcón.

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