martes, 30 de marzo de 2010

El terror del terrorismo



1. Nada puede oscurecer el hecho de que 39 personas hayan perdido la vida y que otras 73 hayan quedado malparadas por la libre voluntad de otras personas.

Ninguna oración fúnebre, ningún discurso político, ningún ensayo integrador les devolverá la vida. La buena suerte de cada uno de ellos, cuando su madre les anunció la vida con un beso, se ha trocado en mala suerte.
Ningún acto de gobierno les podrá reparar, ningún arrepentimiento hará mella en su falta de existencia.
Su muerte no resarce injusticia alguna.
Repugna a la razón que su muerte sea condición para que la vida de otros hombres mejore.

2. Es tanto el dolor, el horror, la estupefacción, la admiración que provoca entre los espectadores el acto terrorista como la alegría, la intensa satisfacción, el deber cumplido en los terroristas y en los planificadores de la acción terrorista.
No hay que preguntar por las causas del terrorismo sino por las de quienes formulan preguntas sobre la causa de los terroristas.
Tampoco hay que discernir sobre la moralidad de las acciones terroristas, tantas gentes destripadas, tanto alboroto de sangre, porque su objeto primero es alcanzar la mayor contundencia: muchos muertos, el impacto, las portadas, en vivo y en directo. Matar a Kennedy fue un acontecimiento, pero derribar las torres con su tantísima gente fue otro de parecida o mayor magnitud.

La reacción brutal de los gobiernos, su nerviosismo, el derroche guerrero que acomete a los Jefes descolocados es el objetivo segundo: el gobierno desgobernado, la discordia en su campo, la división política.
Los terroristas no necesitan crear un partido, movilizar a sus partidarios, construir un entramado de intereses, de presión, ya tienen todo eso en los periodistas, los sociólogos, los políticos que estudian, comprenden, repasan sus acciones, ponen sobre el tapete sus reivindicaciones, están dispuestos a servirles de intermediarios.

3. La democracia es un protocolo cuyas normas han pactado los hombres y renuevan cuando ejercen el voto en libertad. Allí donde se acepta y respeta el protocolo los ciudadanos preguntan por la situación en Rusia, en el Cáucaso, en Chechenia y exigen que se apliquen las normas que la comunidad democrática establece.

La democracia debe ser presidida por hombres que evalúan, razonan, deciden con serenidad. Putin no es un hombre sereno cuando grita: "los terroristas serán liquidados". La serenidad es la virtud cardinal de los dirigentes democráticos.

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