miércoles, 3 de febrero de 2010

Presuntuoso afán -II-

Una de las cosas que más llama la atención cuando se mete la nariz en las vidas del pasado, incluso en los miembros más esclarecidos de la sociedad, es lo mal que lo pasaban. No sólo era la constante penuria y preocupación por el sustento, es que estaban doloridos y quebrados por tanta enfermedad. Los pobres arrastraban sus penalidades como una fatalidad y los sabios y eruditos como una vergüenza, por tener que vivir de las pensiones o de la conmiseración de sus amigos más ricos. Samuel Johnson padeció de escrófula de niño de la que le quedaron huellas de por vida, sufría trastornos obsesivo-compulsivos, tenía la vista y el oído en malas condiciones y hubo periodos en que vivió en la pobreza a pesar de ser un escritor de éxito. James Boswell sufrió toda clase de enfermedades venéreas y vivió sus últimos años hecho polvo por los estragos del alcoholismo, si bien en su caso por sus propios méritos.

También, aquellos hombres daban muestra de gran liberalidad cuando disponían de algún recurso con amigos o conocidos que estaban en peores condiciones que ellos. O ausencia de restricciones morales, caso de Boswell, en su relación con Thérèse LeVasseur, por ejemplo, la costurera que dio cinco hijos a Rousseau, a los que éste abandonaba en la inclusa cuando nacían. Perseguido por los ginebrinos cuando este feo episodio salió a la luz, Rousseau se refugió en la casa londinense de David Hume. A Boswell se le encargó que acompañase a Thérèse a través del canal de la mancha para que se reuniese con su compañero. Boswell cuenta que durante el viaje aquella le ofreció "una lección en el arte del amor", alardeando de que lo habían hecho un total de trece veces.

La extraordinaria historia de la recuperación de los papeles de Boswell da para una novela llena de desidia y ocultamiento por parte de sus familiares -avergonzados de tener como antepasado a un libertino- de intriga y aventura por parte de eruditos en busca de escritos únicos -correspondencia azarosamente descubierta en el puesto de un pescatero de Calais; la parte del león oculta en el castillo de Malahide, cerca de Dublín, durante décadas y conseguida por la fuerza del acoso y del dinero; aquel armario Chippendale que se abrió por azar en un traslado, en 1961, abarrotado de más papeles, más otra serie de hallazgos fortuitos, estando todavía por descubrir la cuantiosa correspondencia entre los dos personajes principales de esta historia-, de avaricia y seducción por parte de las universidades para hacerse con ellos, dando todo ello lugar a la sucesiva y reciente publicación de un conjunto de obras maestras.

Esta historia apasionante la cuenta Adam Sisman en Presuntuoso afán, Así escribió James Boswell la Vida de Samuel Johnson, en la que no sólo aparece la peripecia de la gran biografía, sino que también nos cuenta de paso la vida de los dos personajes, la novelesca historia de la recuperación de los escritos de Boswell, así como la mutación valorativa de ambos autores y de las intrigas de johnsonianos y boswellianos para conseguir el superior aprecio para su maestro. En Presuntuoso afán asistimos al proceso por el que se va tejiendo una obra, el antes, durante y después, que su autor divide en tres grandes capítulos, vida vivida, vida escrita y vida publicada.

La Vida de Samuel Johnson es una obra única no sólo por ser la primera de sus características. Como señala Sisman, la lección que se obtiene de la lectura de la obra de Boswell es que éste hizo añicos la muralla que separa la vida pública de la privada. Boswell verificaba cada uno de los detalles de su biografía antes de pasarlos a limpio en varias fuentes. Aunque también señala Sisman, cómo a Boswell se le escapa Johnson, pues una vez perfilado su carácter no lo cambió en 19 años. A lo largo de su biografía lo ajusta para que encaje con la imagen creada. Sin embargo, Johson, consciente de su celebridad, hace parodia de sí mismo, lo que Boswell no acaba de captar, a pesar de su obsesión por verificar cada detalle. Narra Sisman una anécdota para señalar este defecto que podría extenderse a cualquier biógrafo. Consciente del efecto que causaba, Johnson, si caía en un descuido en sus expresiones, las traducía o mejoraba, con gran ironía. Así en una ocasión, hablando del autor de una comedia recién estrenada, tradujo su primer comentario, "No tiene ingenio suficiente para endulzarla", por un "No tiene vitalidad suficiente que la preserve de la putrefacción".

1 comentario:

tu troll dijo...

¿que es un blog sin un troll? es como un castillo sin su fantasma...