Lo que resulta de la Presencia del Poder no es la solución de problemas -lo vemos en las sucesivas cumbres mundiales, europeas, autonómicas- sino la pura Gloria, el boato, el encandilamiento, la imantación de los espectadores, pues ya no hay ciudadanos soberanos, sino espectadores quietos y admirados, pues el poder sólo busca su gloria (La crónica que hace la prensa de lo sucedido en Copenhague es un ejemplo clarificador de lo que Agamben llama máquina bipolar del poder, la gloria como inacción). No hay gran asunto sobre el que se tomen decisiones, sino que se espera que los problemas se vayan resolviendo por la mera gestión de las hormigas burocráticas -Alakrana- o queden sepultados en intemporales comisiones -cambio climático- o que la mera sucesión de los hechos acabe por resolverlos -Haidar.

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Todo el sistema se funda en la inoperatividad del Líder que sólo es mera Presencia. Todo el ejército de asesores, comisiones y equipos está al servicio de su imagen. Y si alguna acción ha habido en los últimos tiempos ha sido la de reforzar los medios que han de amplificar su Presencia. Todas las grandes palabras que revisten al Líder son como es lógico palabras vacías: alianza de civilizaciones, economía sostenible, la resolución de conflictos mediante el diálogo, el consenso, la negociación en pie de igualdad, ropaje vistoso para ocultar el vacío. Formas como señala Giorgio Agamben, en El Reino y La Gloria, del dispositivo de la gloria necesaria del poder, como la aclamación lo era en los pensadores conservadores como Carl Schmitt.
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