martes, 15 de diciembre de 2009

Agresiones jaleadas


Veo la befa, la irrisión, el contento que en muchos provoca la agresión a Berlusconi. Igual que cuando lo del famoso zapatazo del periodista iraquí a Bush. Berlusconi, como el Aznar de las Azores, como el Bush del falso pavo de navidad de plástico, se ha convertido en objeto de mofa. Bien está, eso forma parte del juego político, del descrédito del adversario. Aunque a veces uno echa en falta un juego de espejos compensatorios. Que aburridos, que cansinos, esos programas del llamado Gran Wyoming y en general los programas de humor de la Sexta, siempre escorados hacia el mismo lado. También la derecha y la extrema derecha son crueles con sus enemigos, sobre ZP y Obama, por ejemplo, pero son tan burdos, en general, que apenas nadie les presta atención.
Por eso me ha llamado la atención el muy atinado parrafo editorial que hoy recoge Arcadi Espada en su blog. No suelo leer los editoriales de El País, tan previsibles. Me he frotado los ojos, antes de acudir al periódico y verificar.
«La agresión sufrida el domingo por Silvio Berlusconi en Milán debería contar con la condescendencia de todos. Esto es lo que se puede aducir: el desdén del primer ministro hacia el Estado de derecho, las causas penales que pesan sobre él y que trata de esquivar mediante leyes ad hoc, sus iniciativas populistas contra minorías como los gitanos o los extranjeros, su confusión entre lo público y lo privado, que abarca desde los intereses empresariales hasta los escándalos, todo eso puede invocarse como disculpa y, más aún, como justificación del brutal ataque. La razón es que, como ciudadano y también como primer ministro, Berlusconi ha perdido un derecho inalienable: el respeto a su dignidad. Y, por descontado, a su integridad física».

La agresión sufrida el domingo por Silvio Berlusconi en Milán no debería contar con la condescendencia de nadie. Nada se puede aducir: ni el desdén del primer ministro hacia el Estado de derecho, ni las causas penales que pesan sobre él y que trata de esquivar mediante leyes ad hoc, ni sus iniciativas populistas contra minorías como los gitanos o los extranjeros, ni su confusión entre lo público y lo privado, que abarca desde los intereses empresariales hasta los escándalos, pueden invocarse como disculpa y, menos aún, como justificación del brutal ataque. Y la razón es que, como ciudadano y también como primer ministro, Berlusconi tiene un derecho inalienable: el respeto a su dignidad. Y, por descontado, a su integridad física.

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