jueves, 4 de junio de 2009

Las hermanas Grimes

Quizá en otro tiempo fuese más propio de la mujer el síndrome del individuo acarreando bolsas de plástico. Ahora cuando cae la tarde, hay un revoltijo de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, españoleas e inmigrantes junto a los contenedores de basura de los supermercados, esperando que los empleados lancen los productos pasados de fecha o las frutas maduras. Mucha gente cultiva ese temor, el de la soledad, el de la miseria, acentuado en época de crisis económica y paro.
"Ninguna de las hermanas Grimes estaba destinada a ser feliz, y al echar una mirada retrospectiva siempre da la impresión de que los problemas comenzaron con el divorcio de sus padres". 
Así comienza esta magnífica novela de Richard Yates. Desde los años treinta a los setenta del pasado siglo, el autor va narrando los sucesivos episodios de la vida de estas dos hermanas cualesquiera -es decir, iguales a nosotros- que dejan de ser niñas y adolescentes, de estudiar y encontrarse con muchachos, de romper las telarañas de los sueños para dejar ver la situación real del padre alejado de casa por el divorcio, del desajuste de la madre entre la vida y sus fantasías, para encontrarse de golpe hechas adultas. Cada hermana se entrega a una causa, la de la familia con hijos y marido obligatorio, la mayor, Sarah, la de la libertad e independencia, con la consiguiente colección de hombres diversos, la segunda, Emily.  Yates, narrando en tercera persona, adopta el punto de vista de Emily, quizá porque expresa mejor la experiencia de su propia vida. Yates, como en su anterior Revolutionary Road, recientemente pasada al cine con Leonardo di Caprio y Kate Winsley, presenta como tema la lucha de la mujer por salir adelante, pero si en aquella la tesis era muy evidente, aquí se libera de las ideas y expone a los personajes de forma más descarnada y realista. La crudeza se hace difícilmente soportable y acaso las almas demasiado sensibles no debieran leerla. A veces leer es cosa de valientes.

Yates escribe con ligereza y concisión. El texto como la vida de sus heroínas vuela ante nuestros ojos, con una precisión acaso algo mecánica, pues todos los episodios portan un sentido preciso y como escalones sucesivos descienden al abismo. Se hace difícil de creer que New Yorker rechazase una y otra vez sus cuentos con la excusa de que eran demasiado crueles. Lo son para el papel satinado de esa revista del modernismo.
El libro habla de mujeres, pero como si hablara de hombres, es decir, sin hacer de ellas un colectivo a proteger. Ellas, como los hombres, se enfrentan a los sueños y a los prejuicios y por las circunstancias de la época lo tenían más difícil, sucumbían de un modo particular, como también ahora, pero de un modo distinto porque las circunstancias han cambiado. Unas y otros sucumbimos o emergemos cada uno a nuestra manera. No todas las vidas son grises, algunas tiene momentos buenos, pero ¿qué pasa con la mayoría?, y, al final, todas acaban igual. El propio Yates lo resumió de este modo:
"Si en mi obra hay un tema, sospecho que es uno simple: que la mayor parte de los seres humanos están irremediablemente solos, ahí es donde reside la tragedia".

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