lunes, 11 de mayo de 2009

Zonas húmedas

Iba a escribir algo sobre la recurrencia de las portadas de El Mundo a la traca y matraca del 11-M, cuando revoloteando por un artículo de fondo en el que no me pensaba detener, veo una palabra que me llama poderosamente la atención: pornofecal. El articulista es serio y su combate indesmayable contra el neoliberalismo al que no acaba de derrotar. En medio de su reiterativo artículo -el autor insiste e insiste- sobre el fin del individuo neoliberal tatcheriano, encuentro la referencia a un libro que seguramente no leeré, Zonas húmedas, escrito por una ex presentadora de la televisión alemana, Charlotte Roche. En Alemania ha vendido ya más de un millón de ejemplares.

Habla el articulista, con ese afán tan suyo de sacar jugo teórico a temas aparentemente banales, de una mostrenca aplicación pornofecal de la exploración de la intimidad de la mujer. Y entra en detalles. El libro
tiene en las hemorroides y en las pústulas anales de las adolescentes su desencadenante más eficaz. A partir de ahí, se inicia una penosa competición entre lo mórbido y lo repugnante, a golpe de chistes de estudiantes de proctología -el relato está localizado en un hospital- y de lamentables provocaciones del ejercicio de sexo-pipí-caca, sobre cómo fabricarse cócteles con excrementos y orina, cómo perfumarse con sus secreciones vaginales, o comerse las bolitas fabricadas con flemas y mucosidades, coleccionar el comedón de sus amigas, intercambiar las compresas higiénicas con sus compañeras y así un vasto repertorio de ingenuidades nauseabundas con las que Roche quiere liberar a Hélène Memel, su protagonista, de la sumisión a los últimos tabúes impuestos por la sociedad masculina: el credo de la pulcritud y de la higiene, las pautas de la moda, en el vestir y en el hacer, esa silueta filiforme, esos modos sumisamente neutros que difunden las revistas femeninas.
El tema así visto es curioso, repugnante, quizá, pero tratándose de literatura para adultos no debería sorprendernos que haya autores y lectores capaces de ampliar el campo de batalla hacia una mayor liberación de los tabúes. Lo que me sorprende, aunque no debería, es el escándalo en el que como una manta se arrolla el autor, que habla de íntimo y público, riesgos y perversiones, para disimular la impotencia de una vieja izquierda ante su deseo de controlar y dirigir todos los aspectos de la vida social. El yo es en buena medida un producto social y ahí estamos -estábamos- nosotros para controlarlo,
la intimidad que se nos aparece como la expresión más acabada de lo propio, como la huella más inconfundible de lo irreductiblemente subjetivo, es lo más contaminado... por el mercado... y por los Bush (sic).
 Gracias al empuje de los individuos, aquel sueño del gran hermano quedó derrumbado, en Berlín, precisamente, en noviembre de 1989.

1 comentario:

Paola dijo...

¿alguien sabe cuando saldra el libro traducido en España?