sábado, 16 de mayo de 2009

Déjame entrar (Let the Right One In)

Me queda muy mal cuerpo después de ver esta pelí. Es una cosa rara, una mezcla de película gótica con vampiros, cuento para niños con la amenaza del mal como asunto, bullying escolar y hasta drama social con gente del extrarradio de una ciudad, nórdica en este caso.
El escenario es frío muy frío: la nieve y el hielo permanentes de la estación oscura, las relaciones personales a distancia, familias separadas, viviendas como nichos, ciudades ortogonales, geométricas, sin punto de encuentro.
Los personajes son tan fríos como el ambiente, exentos, como esculturas de mármol, diálogos casi inexistentes, frases a medio hacer o palabras sueltas, expresiones que se acercan a la máscara, gestos congelados.

El guión trata de conectar desmañadamente algunas cosas: el bullying con la justificación de la venganza, el amor a los doce años entre seres inverosímiles, el amor paterno con el criminal en serie, lo real con lo irreal, como si tal cosa, como si el cine y la realidad fuesen mundos paralelos sin contacto alguno.

No estoy en contra de los cuentos infantiles y el concurso de lo extraño, lo fantástico, lo aterrador en la mente infantil para ayudar a que madure. Ya lo hicieron los hermanos Grimm y Andersen con claro beneficio para varias generaciones. No me gusta el recurso a esos géneros si es gratuito o peor si no hay una finalidad educativa o peor aún si de ello se derivan soluciones amorales o si se ponen en cuestión, sin razonamiento de por medio, los valores básicos de convivencia y humanidad.
El mal cuerpo que me deja la peli no tiene que ver con su factura técnica, sino con su pertinencia y su necesidad. No todo vale a la hora de obtener beneficios económicos.

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