viernes, 6 de marzo de 2009

Che: Guerrilla


A mi me parece buena la opción de Steven Soderbergh en su película, Che: Guerrilla, de contar la aventura de Ernesto 'Che' Guevara en el altiplano boliviano como hombre. El trato entre hombres -autoridad y rebeldía-, la contradicción entre las palabras y la vida real -las injusticias, el miedo, la amenaza, la codicia, la traición-, la dura vida en un medio hostil -penuria, hambre, enfermedad-, la dureza de una guerra desigual -heridas, dolor, muerte-, es decir lo que realmente ocurrió por encima de la bastarda ideologización en la que han crecido varias generaciones de jóvenes idealistas engañados por los unos -el mercado en torno al Che- y los otros -la imposible revolución. La otra opción, buscar las causas de su aventura, qué había detrás de su empeño, es opinable y de difícil acuerdo. Dependiendo del punto de vista del análisis, las causas podrían ser diversas si el analista fuese un psiquiatra, un sociólogo marxista o uno funcionalista, un intelectual francés comprometido o Vázquez Montalbán.

Y me gusta el resultado, la factura de la película. No hay un diseño predeterminado, un hilo conductor que fíe el significado de esa aventura, como no sea el comienzo de la vida y el final del propio Che, es decir, lo que a todos nos sucede. Es un acierto la cámara subjetiva, puesta en los ojos del Che o de sus guerrilleros, apartando ramas, vadeando ríos, contemplando la miseria y el miedo de los campesinos. No es original, antes que Soderbergh otros muchos lo han hecho, recientemente, Terrence Malick en La delgada línea roja, Mel Gibson en Apocalypto, Clint Eastwood en el desembarco en Iwo Jima, pero Soderbergh aporta su intuición de artista. Pocas palabras, las justas, naturales, con alguna frases de retórica revolucionaria. Es memorable el último plano de los ojos del Che moribundo, a ras del suelo, en la cabaña de la quebrada del Yuro, desenfocando los objetos, perdiendo la luz.

Hay quien prefiere la épica, e incluso quien la reclama, es decir el engaño que lleva a los hombres a perder el juicio y la vida. La épica es un chutazo de emoción si se disfruta desde la butaca del cine, pero Soderbergh prefiere mostrar la realidad, cómo debieron ser las cosas. El guión sigue las anotaciones del Diario del Che en Bolivia en 1966 y 1967, está asesorado por el biógrafo y gran periodista J. Lee Arderson. El Che y los que le siguieron era un hombre como nosotros, decidió la aventura de Bolivia, renunciando a las comodidades de La Habana tras la revolución. Su pelea contra un ejército mejor armado, bien asesorado por los yankees, estaba condenada al fracaso. No dejó de ser una emulación de la aventura equinoccial de Lope de Aguirre u otros conquistadores, que también eran hombres, que fueron convertidos en semidioses por los historiadores o escritores posteriores. Aventuras propensas a la épica, pero yo prefiero conocer lo que realmente pasó, hasta donde se puede conocer. Prefiero las películas veraces como ésta a las mentirosas como Camino o Soldados de Salamina que imponen su visión distorsioada sin avisar al incauto espectador.

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